Claves para superar una ruptura de pareja

Las rupturas amorosas suelen ser experiencias profundamente dolorosas. Perder a una pareja con la que se han compartido momentos, sueños y afecto representa una pérdida significativa, por lo que es normal atravesar un duelo emocional similar al que ocurre ante otras pérdidas importantes. Quien enfrenta el fin de una relación puede sentirse sumido en una montaña rusa de emociones intensas –tristeza, rabia, miedo, confusión– y pensar que nunca saldrá adelante. Habitualmente vemos estas situaciones en nuestra consulta de psicoterapia. Sin embargo, desde la Psicología es posible enfocar una serie de claves que pueden ayudar a comprender y superar este proceso de la forma más saludable posible. En este primer artículo vamos a explora qué ocurre durante el duelo por la ruptura y cuáles son las reacciones habituales.  Veamos pues la primera entrega de nuestras claves para superar una ruptura de pareja

El duelo tras la pérdida de la relación

Terminar una relación implica un duelo emocional con etapas similares a las descritas por la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross en su teoría sobre las pérdidas. Según esta especialista, el duelo típicamente atraviesa cinco fases: negación, ira, negociación, depresión y aceptación, aunque no siempre se presentan de forma lineal ni con una duración fija, y cada persona puede vivirlas a su manera. Estas etapas sirven como guía para entender lo que sentimos y orientarnos en el camino de sanación emocional. A continuación, describimos cada fase aplicada a una ruptura sentimental:

  • Negación: suele ser la primera reacción ante la ruptura. La realidad de la separación se rechaza o minimiza como mecanismo de defensa frente al dolor. La persona puede pensar que todo es un error, convencerse de que su pareja volverá, o actuar como si nada hubiera pasado. Esta incredulidad inicial (a veces acompañada de shock) amortigua el golpe emocional, pero también impide afrontar la situación. En esta fase es común sentirse aturdido, confuso y experimentar síntomas físicos de ansiedad (insomnio, falta de apetito, nudo en el estómago) mientras la mente se resiste a aceptar que la relación terminó.

 

  • Ira: tras la negación, suele surgir la rabia acumulada. Aparecen sentimientos de enfado y resentimiento hacia la expareja por el daño causado, e incluso hacia terceros o hacia uno mismo. Preguntas como "¿por qué a mí?" o pensamientos de injusticia alimentan esta ira. La persona puede sentirse traicionada o abandonada, y en algunos casos busca culpables de la ruptura (culpando a la otra persona por sus acciones, o a las circunstancias). Esta etapa de ira puede ir dirigida también contra uno mismo, generando autocrítica por lo que se hizo mal en la relación. Es una fase difícil de manejar, pues la emoción intensa de la cólera puede inundarlo todo y minar aún más la autoestima.

 

  • Negociación: en esta fase la persona intenta revertir la pérdida o encontrar una forma de evitar el sufrimiento. Surge la esperanza de arreglar las cosas: se buscan contactos con la expareja, se hacen promesas de cambio, se pide otra oportunidad o se ruega por reconciliarse. También es posible aferrarse a ideas mágicas o al destino (por ejemplo, pensar que “están destinados a estar juntos” y que todo se solucionará). En términos emocionales, la negociación es una negativa parcial a aceptar la ruptura: se prueba cualquier estrategia con tal de recuperar lo perdido. Aunque es comprensible querer enmendar la situación, esta fase puede prolongar la agonía si la otra persona no corresponde, llevando a intentos infructuosos de volver.

 

  • Depresión: al asumir que la reconciliación quizás no ocurrirá, se entra en la etapa más dolorosa. La persona confronta la realidad de la pérdida y siente el vacío que esta deja. Aquí predomina una profunda tristeza y desesperanza: afloran el llanto, la soledad, la sensación de que nada tiene sentido sin la pareja. Es común experimentar síntomas depresivos como apatía, fatiga, insomnio, falta de apetito y aislamiento social. Aparecen pensamientos derrotistas del tipo "no voy a poder amar ni ser feliz de nuevo". También puede surgir culpa por los errores propios o repaso obsesivo de "en qué fallé". Esta etapa, aunque muy difícil, forma parte del proceso de duelo: es el momento de tocar fondo emocionalmente antes de poder reconstruirse. Conviene recordar que este dolor, por intenso que sea, irá pasando con el tiempo a medida que se elabore la pérdida.

 

  • Aceptación: finalmente llega la fase en que se acepta la realidad de la ruptura y se comienza a adaptarse a la nueva vida sin esa pareja. Alcanzar la aceptación no significa olvidar lo vivido ni que deje de importar la expareja, sino reconocer que la relación terminó y que es posible seguir adelante. En esta etapa la herida emocional empieza a cicatrizar: la persona recupera poco a poco la ilusión y la confianza en el futuro, refuerza su autoestima y es capaz de abrirse a nuevas oportunidades y hasta considerar otras relaciones. Se mira lo ocurrido con mayor paz, aprendiendo de la experiencia, sin negarlo ni vivir anclado al pasado. La aceptación marca el inicio de una recuperación real, donde el recuerdo de la relación deja de doler y se integra como parte de la historia personal.


Cabe aclarar que no todo el mundo atraviesa estas fases de forma ordenada o completa. A veces se pueden mezclar emociones de distintas etapas, o retroceder temporalmente a alguna fase previa (por ejemplo, tener días de ira nuevamente aún cuando se creía haber aceptado). El duelo amoroso es un proceso personal y variable, pero conocer este marco de etapas puede ayudar a normalizar lo que sentimos y darnos paciencia: es un camino que toma tiempo y cada fase cumplirá su función en la sanación.

Respuestas emocionales y conductuales tras una ruptura

Tras una ruptura sentimental, es esperable una cascada de respuestas emocionales y conductuales intensas. Cada persona reacciona de forma particular, pero existen emociones habituales en este trance, así como comportamientos típicos motivados por el malestar y el intento de sobrellevar la pérdida. Entre las reacciones más comunes se encuentran:

Tristeza profunda: La pena y el llanto aparecen con frecuencia. La persona siente un dolor emocional agudo por la ausencia del ser querido. Este estado puede incluso dificultar las tareas cotidianas: hay quien se siente tan abatido que le cuesta concentrarse en el trabajo o los estudios, pierde el apetito, sufre insomnio y nota una falta de energía constante. Es usual describir una sensación de vacío y soledad enorme, aun cuando se está rodeado de familiares o amigos. Esa ausencia de la pareja deja un hueco difícil de llenar en los primeros momentos.

Ansiedad y angustia: Junto con la tristeza, muchos experimentan ansiedad tras la separación. Aparecen temores sobre el futuro (“¿qué voy a hacer sin esta persona?”), miedo a la soledad o a no poder encontrar otra pareja. La ruptura rompe la zona de confort emocional, generando intranquilidad. Fisiológicamente, la ansiedad puede manifestarse con opresión en el pecho, nerviosismo, episodios de pánico o sentir que falta el aire. Los cambios drásticos en la vida diaria (mudanzas, cambios de rutina) sumados al estrés de la pérdida pueden desencadenar esta respuesta de alarma del organismo.

Obsesión y rumiación mental: Es muy común quedar atrapado en un bucle de pensamientos sobre lo sucedido. La mente repite una y otra vez escenas de la relación o de la ruptura, buscando entender qué salió mal. Se analiza cada detalle, se fantasea con escenarios alternativos (“si hubiera hecho tal cosa, quizá no habría terminado”) o con posibilidades de reencuentro. Estas rumiaciones constantes pueden volverse obsesivas, alimentando sentimientos de culpa y autocrítica. La persona se reprocha errores propios o se pregunta incesantemente en qué falló. Este patrón de pensamiento, aunque pretende encontrar respuestas, en realidad suele prolongar el sufrimiento, ya que la situación ya no se puede cambiar. Detectar estas rumiaciones y tratar de cortarlas o distraerse con otras actividades es importante para no quedar estancado en el dolor mental.

Ira y frustración: Además de la tristeza, muchas personas sienten enfado tras una ruptura, incluso si no lo expresan abiertamente. Puede haber irritabilidad general, estallidos de rabia o pensamientos de rencor hacia la expareja (especialmente si hubo engaño o alguna ofensa). Esta ira puede dirigirse también contra terceros (por ejemplo, culpar a alguien de haber influido) o contra uno mismo, en forma de frustración por “no haber logrado que la relación funcionara”. Sentir enfado es normal; es una reacción a la percepción de injusticia o daño. Algunos lo manifiestan discutiendo con la expareja, hablando mal de ella ante otros, o en casos extremos buscando venganza. Otros en cambio reprimen esa ira, lo cual puede intensificar luego la sensación depresiva. Expresar el enfado de manera controlada (como hablar con un amigo de confianza, hacer ejercicio intenso, etc.) suele ser más saludable que dejar que se acumule internamente.

Aislamiento social: En los primeros momentos, muchas personas tienden a recluirse después de una ruptura. El dolor puede hacer que no haya ganas de salir, socializar o realizar actividades de ocio. Es frecuente rechazar invitaciones o evitar el contacto social, ya sea por no querer dar explicaciones, por temor a quebrarse emocionalmente en público o simplemente por apatía. Un cierto periodo de recogimiento es comprensible –darse espacio para llorar y reflexionar–, pero prolongar el aislamiento puede agravar el estado de ánimo. Dejar de hacer las cosas que antes disfrutábamos y alejarnos de los seres queridos suele intensificar la sensación de soledad y puede cronificar la tristeza. Conviene, en la medida de lo posible, apoyarse en las amistades y no perder del todo el contacto con el mundo exterior incluso durante el duelo.

Intentos de contacto con la expareja: Otra conducta muy habitual es sentir la urgencia de contactar a la expareja. En plena negación o negociación emocional, es fácil caer en llamadas, mensajes o búsquedas en redes sociales para saber del otro. Muchas personas confiesan revisar obsesivamente el WhatsApp o Instagram de su ex, preguntar a amigos en común por él/ella, o incluso aparecer en lugares donde saben que puede estar. Este comportamiento responde al deseo de no “desconectarse” totalmente de la persona amada. En algunos casos, se llega a suplicar una reconciliación o insistir reiteradamente en retomar la relación. Aunque es comprensible querer mantener ese vínculo, estas acciones suelen terminar causando más dolor (por ejemplo, al descubrir que la expareja está intentando seguir con su vida, o que no responde a los mensajes). Los expertos aconsejan establecer límites tras la ruptura –por difícil que sea–, evitando el contacto constante, para facilitar el proceso de desapego emocional.

Cambios en hábitos y salud: El estrés emocional de la ruptura puede reflejarse también en el cuerpo y los hábitos. Es frecuente experimentar alteraciones del sueño (dormir mucho más de lo habitual para “escapar” de la realidad, o por el contrario sufrir insomnio persistente debido a la ansiedad). El apetito también puede cambiar: hay quienes pierden el hambre y adelgazan en poco tiempo, mientras otros comen en exceso buscando una vía de alivio en la comida. Pueden descuidarse aspectos de la salud y la higiene personal durante las semanas posteriores a la separación, debido a la apatía. Dolores de cabeza, molestias gastrointestinales o bajadas de defensas inmunológicas también son reportados, en parte por el elevado nivel de estrés que supone el duelo amoroso. Atender estos aspectos físicos es importante; por ejemplo, intentar mantener una alimentación adecuada y rutinas de sueño puede ayudar a sentirse un poco mejor dentro de la crisis.

 

Todas estas reacciones –emocionales, cognitivas, conductuales y físicas– entran dentro de lo esperable tras una ruptura, especialmente en los primeros días y semanas. Forma parte del proceso de duelo vivir esa montaña rusa de emociones y notarse “fuera de sí”. No obstante, si alguna de estas respuestas se prolonga excesivamente en el tiempo o interfiere gravemente con la vida (por ejemplo, una depresión profunda que impide funcionar durante meses), es recomendable buscar ayuda profesional. Un psicólogo puede ayudar a canalizar estas emociones de forma más adaptativa y prevenir que el duelo se complique.


Ser consciente de lo que nos ocurre, aunque duela, es importante para atravesar las crisis y los duelos. Pensar sobre lo que sentimos es una habilidad necesaria para muchas cosas, entre ellas, para comenzar el camino de recuperación tras un ruptura. No te pierdas el siguiente artículo, donde veremos qué ayuda y qué no a la hora de recorrer este camino.

 

Autor: Psicólogo José Álvarez