Broncoespasmos como síntoma ansiedad en el asma

Respirar. Una acción tan cotidiana, tan simple, tan automática que rara vez nos detenemos a pensar en ella. Es, literalmente, lo primero que hacemos al nacer y lo último al morir. En cada inspiración hay vida, y en cada espiración, una pequeña rendición. Sin embargo, para millones de personas en el mundo, respirar no siempre es fácil. A veces, el aire no entra. A veces, el cuerpo se tensa. Y a veces, el miedo aparece.

Hoy vamos a hablar de lo que ocurre cuando la respiración se convierte en angustia. De cómo el cuerpo y la mente entran en una danza compleja en los episodios de asma. Y sobre todo, de esa frontera difusa y poderosa entre el broncoespasmo y la ansiedad: un terreno en el que se entrelazan la biología, la emoción y la historia de cada persona.

Primero, el cuerpo: ¿Qué es un broncoespasmo y cómo actúa en el asma?

Imaginemos por un momento el árbol bronquial: una red de tubos que se ramifican desde la tráquea hasta los alvéolos, esos pequeños sacos donde el oxígeno pasa a la sangre. En condiciones normales, estos conductos están abiertos y flexibles, como una autopista despejada. Pero cuando ocurre un broncoespasmo, algo cambia.

Un broncoespasmo es una contracción repentina e involuntaria de los músculos que rodean los bronquios. Es como si esa autopista se estrechara de golpe, dejando solo un carril por el que pasar. El resultado es inmediato y alarmante: dificultad para respirar, sensación de opresión en el pecho, tos seca y persistente, y ese característico silbido al exhalar, llamado sibilancia.

En el contexto del asma, los broncoespasmos no son un accidente. Son parte de un proceso inflamatorio crónico en el que el sistema inmunitario reacciona de forma exagerada a estímulos aparentemente inofensivos: polvo, polen, aire frío, ejercicio, humo, incluso emociones intensas.

Pero el asma no se limita a la inflamación. El broncoespasmo es la expresión más dramática de un sistema respiratorio hipersensible, que puede reaccionar de forma imprevisible ante factores internos y externos.

Ahora, la mente: ¿por qué aparece la ansiedad en el asma?

Aquí es donde las cosas se complican, y se hacen más interesantes. Porque el asma no vive solo en los pulmones. Vive también en la memoria, en la historia emocional, en la manera en que una persona interpreta lo que le sucede. Y es aquí donde entra la ansiedad.

Para entender esta conexión, vale la pena detenernos un momento en el origen etimológico de la palabra “angustia”. Viene del latín angere, que significa “oprimir”, “estrangular”. Esa misma raíz está en palabras como “angosto” o “angoixa”. La angustia, en su sentido más primitivo, es una sensación corporal: un encogimiento del pecho, una presión en la garganta, un aire que no alcanza.

Es, por tanto, profundamente simbólico que una crisis asmática —en la que literalmente falta el aire— active sensaciones similares a las de una crisis de pánico o ansiedad. Y no es solo simbólico: es neurobiológico.

Cuando una persona con asma percibe que no puede respirar bien, su sistema nervioso simpático se activa. El corazón se acelera, los músculos se tensan, la respiración se vuelve más rápida y superficial. Esta respuesta es completamente natural: el cuerpo se prepara para la supervivencia. Pero en personas con ansiedad, o con una historia de trauma o hipersensibilidad, esta reacción puede amplificarse hasta convertirse en un estado de pánico.

Y aquí nace un círculo vicioso: la ansiedad provoca síntomas respiratorios, y esos síntomas refuerzan la ansiedad. El cuerpo y la mente entran en bucle. La persona no sabe si lo que está sintiendo es un ataque de asma o un ataque de ansiedad. A menudo, es ambas cosas a la vez.

¿Qué otros síntomas acompañan esta experiencia?

La experiencia combinada de broncoespasmo y ansiedad puede ser devastadora, especialmente si no se comprende del todo. Además de la dificultad respiratoria, pueden aparecer síntomas como:

  • Palpitaciones o taquicardia intensa

  • Sensación de mareo, vértigo o desmayo inminente

  • Sudoración profusa, incluso en ambientes fríos

  • Temblores o sacudidas musculares

  • Dolor torácico vago o punzante

  • Sensación de irrealidad o desconexión del entorno (desrealización)

  • Sensación de estar fuera del propio cuerpo (despersonalización)

  • Pensamientos catastrofistas, como “voy a morir”, “me voy a volver loco” o “nadie me va a ayudar”

Cuando estos síntomas se repiten, la persona puede desarrollar una hipervigilancia al cuerpo: estar en constante alerta ante cualquier pequeño cambio en la respiración, generando ansiedad anticipatoria incluso en momentos de calma.

¿Y si el problema no es solo fisiológico ni solo psicológico?

Aquí es donde necesitamos un enfoque más integrador, más humano, más comprensivo. El asma no es un invento. Tampoco lo es la ansiedad. Ambos existen, ambos duelen, ambos limitan. Pero muchas veces se retroalimentan y se potencian mutuamente, haciendo que la experiencia subjetiva del paciente sea más difícil que lo que cualquier prueba médica pueda detectar.

En consulta, es frecuente encontrar pacientes con asma moderada bien controlada, pero con episodios frecuentes de “no puedo respirar” sin causa inflamatoria detectable. También ocurre lo opuesto: personas con asma grave que no reconocen sus síntomas hasta que llegan a urgencias. La clave está en escuchar ambos lenguajes: el del cuerpo y el de la emoción.

Tratamientos: de la inhalación al acompañamiento emocional

El abordaje ideal combina medicina y psicología. Veamos cómo.

Tratamiento médico:

  • Broncodilatadores de acción rápida, como el salbutamol: alivian los síntomas agudos.

  • Corticoides inhalados: reducen la inflamación a largo plazo y previenen crisis.

  • Antileucotrienos o inmunoterapia específica si hay un componente alérgico claro.

  • Espaciadores y nebulizadores para mejorar la administración del medicamento.

  • Educación terapéutica: el paciente debe conocer sus síntomas, medicación y pautas de emergencia.

Tratamiento psicológico:

  • Terapia cognitivo-conductual (TCC) para detectar pensamientos automáticos y distorsiones cognitivas asociadas al miedo a la asfixia.

  • Técnicas de respiración: diafragmática, controlada, respiración cuadrada o la llamada “respiración coherente” (5-6 respiraciones por minuto).

  • Mindfulness: entrenar la atención plena ayuda a observar las sensaciones sin identificarse con ellas.

  • EMDR, SHEC o terapia somática si hay traumas asociados a hospitalizaciones, crisis graves o experiencias infantiles intensas.

  • Apoyo grupal: compartir experiencias con otros pacientes reduce la sensación de rareza y aislamiento.

Pronóstico: ¿hay salida de este círculo?

La buena noticia es que sí. Aunque el asma es crónica, no tiene por qué dominar la vida de una persona. De hecho, muchas personas con asma severa llevan vidas completamente funcionales gracias a un abordaje integral. El primer paso es romper el binomio “o es físico o es psicológico” y empezar a hablar en términos de integración.

El paciente informado, acompañado y empoderado puede aprender a distinguir sus síntomas, actuar con rapidez, regular sus emociones y reducir la carga de sufrimiento. Respirar con confianza puede volver a ser una realidad.

Una mirada desde dentro: lo que el aire nos dice sobre nosotros

La respiración ha sido considerada sagrada en muchas culturas. En griego, “psique” significa alma, pero también aliento. En hebreo, “ruaj”. En latín, “spiritus”. Respirar es, en cierto modo, estar vivos.

Cuando alguien no puede respirar, no solo se siente limitado físicamente, sino también existencialmente. El miedo a morir aparece con una crudeza que pocos síntomas generan. Por eso, acompañar a personas con asma no se limita a ajustar inhaladores. Implica escuchar, validar, sostener. A veces, simplemente estar ahí cuando el aire parece no bastar.

Conclusión: respirar, sanar, vivir

Entender la relación entre broncoespasmos y ansiedad es una forma de devolver humanidad al abordaje del asma. Es reconocer que somos cuerpo, mente y emoción. Que el aire que falta puede ser también una metáfora de las palabras que no se dicen, de los miedos que no se nombran, de las cargas que no se comparten.

Respirar es más que ventilar pulmones. Es conectar, expresar, habitar el mundo con seguridad.

Y en ese viaje de vuelta al cuerpo, de vuelta al aire, de vuelta a uno mismo, tal vez lo más terapéutico no sea solo el medicamento o la técnica, sino la certeza de que no estamos solos.

Autor: Psicólogo Ignacio Calvo