TDAH y Altas Capacidades

¿Cómo explicar que una persona pueda tener una inteligencia extraordinaria, una creatividad fuera de serie y, al mismo tiempo, enormes dificultades para concentrarse, organizarse o terminar tareas simples?

El encuentro entre el Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDAH) y las Altas Capacidades Intelectuales (ACI) es un fenómeno tan real como poco comprendido, incluso dentro del ámbito educativo y clínico.

Hoy hablaremos de esta doble excepcionalidad —un perfil que se esconde en muchas aulas, hogares y consultas psicológicas— con el objetivo de desmontar mitos, ampliar miradas y ofrecer herramientas comprensivas para padres, docentes y profesionales.

I. Dos etiquetas que no encajan fácilmente

Cuando hablamos de TDAH y altas capacidades, es fácil caer en la trampa de los estereotipos. Se tiende a pensar que un niño con TDAH es inquieto, disperso y con bajo rendimiento escolar, mientras que un niño con altas capacidades es aplicado, metódico y brillante en todas las materias.

Sin embargo, la realidad está plagada de matices. Muchos niños con TDAH tienen un cociente intelectual elevado. Y muchos niños con altas capacidades presentan déficits atencionales, impulsividad o desorganización emocional.

¿Qué es realmente el TDAH?

El TDAH no es un problema de capacidad, sino de gestión. Las personas con este trastorno tienen dificultades en áreas clave como:

  • La atención sostenida

  • El control de impulsos

  • La memoria de trabajo

  • La regulación emocional

  • La planificación y organización

Estas funciones ejecutivas están principalmente reguladas por la corteza prefrontal del cerebro, una región que en el TDAH presenta una maduración más lenta o diferente (Barkley, 2015).

¿Y qué entendemos por altas capacidades?

Por su parte, las altas capacidades no se reducen a un alto cociente intelectual. La definición moderna es más amplia y contempla el potencial para destacar significativamente en una o más áreas del conocimiento, del pensamiento divergente o de la creatividad.

Estas personas suelen mostrar:

  • Un pensamiento abstracto precoz

  • Alta velocidad de procesamiento

  • Curiosidad insaciable

  • Profundidad emocional

  • Sensibilidad sensorial y moral

No siempre se traducen en notas altas. De hecho, según estudios recientes, hasta un 30% de los niños con altas capacidades tienen bajo rendimiento escolar (Silverman, 2013).

II. El cerebro en doble sincronía: luces largas y desajustes

La neurociencia está empezando a desentrañar cómo se combina este perfil doble.

¿Qué pasa en el cerebro de estos niños?

Por un lado, el cerebro con TDAH muestra alteraciones en la conectividad funcional entre regiones clave como la corteza prefrontal dorsolateral, el cuerpo estriado y el cerebelo. Estas zonas están implicadas en la regulación de la atención y el comportamiento (Castellanos et al., 2002).

Por otro lado, las personas con altas capacidades suelen tener un procesamiento más eficiente en redes como la red de modo por defecto (DMN) y la red ejecutiva central, lo que les permite acceder rápidamente a información compleja y generar ideas originales (Jung & Haier, 2007).

Cuando estas dos condiciones coexisten, se produce una paradoja: un sistema nervioso con gran potencial cognitivo, pero con un sistema regulador que no siempre sabe cómo sostenerlo. La mente vuela, pero el cuerpo no siempre acompaña. Hay genialidad, pero también caos.

III. Signos y síntomas que suelen pasar desapercibidos

La coexistencia del TDAH con altas capacidades da lugar a un perfil atípico. Algunos signos comunes son:

  • Disociación entre pensamiento y acción: tienen ideas brillantes, pero dificultades para ejecutarlas o sostenerlas en el tiempo.

  • Bajo rendimiento a pesar del alto potencial: pueden obtener calificaciones mediocres o inestables.

  • Aburrimiento crónico: muestran desinterés por tareas repetitivas, lo que se interpreta erróneamente como falta de esfuerzo.

  • Hiperactividad mental más que motora: su mente no se detiene, pero el cuerpo puede parecer tranquilo. Esto hace que el TDAH pase desapercibido.

  • Alta sensibilidad emocional: reaccionan con intensidad ante la crítica, la injusticia o la frustración.

  • Desajuste social: pueden sentirse fuera de lugar entre sus iguales, por diferencias de madurez o intereses.

Estas señales no siempre se entienden como indicadores de una doble excepcionalidad. A menudo, se atribuyen a problemas de actitud, falta de disciplina o inmadurez.

IV. El riesgo de no mirar completo: diagnóstico erróneo o parcial

El gran peligro al que se enfrentan estas personas es el infradiagnóstico o el diagnóstico parcial.

  • Algunos niños con altas capacidades compensan su TDAH con estrategias cognitivas (como la memoria o el pensamiento visual) hasta que la complejidad de las tareas escolares supera su capacidad de adaptación.

  • En otros casos, el diagnóstico de TDAH se hace sin considerar su elevado potencial, lo que lleva a intervenciones que buscan “corregir” conductas sin estimular su talento.

Un diagnóstico incompleto puede tener consecuencias graves: pérdida de autoestima, frustración crónica, dificultades sociales, desmotivación escolar y riesgo de abandono académico.

Por eso, es crucial una evaluación psicopedagógica integral que contemple:

  • Pruebas de inteligencia (como la WISC-V), analizando los distintos índices (razonamiento fluido, velocidad de procesamiento, memoria de trabajo, comprensión verbal…).

  • Cuestionarios específicos de función ejecutiva y atención.

  • Evaluación emocional y de habilidades sociales.

  • Observación clínica del comportamiento en diferentes contextos.

V. Implicaciones emocionales: el precio de no encajar

Uno de los aspectos más profundos de esta doble excepcionalidad es el impacto emocional. Los niños con TDAH y altas capacidades se sienten a menudo fuera de lugar: demasiado intensos, demasiado rápidos, demasiado sensibles.

No encajan ni en el grupo de los “buenos estudiantes” ni entre los que presentan dificultades claras. Esta sensación de desajuste interno puede generar:

  • Ansiedad

  • Depresión

  • Sentimiento de fracaso

  • Rebeldía o aislamiento

  • Baja tolerancia a la frustración

  • Problemas de identidad

Además, son niños que piensan mucho y sienten intensamente. Captan matices emocionales, se plantean dilemas éticos complejos, pero carecen de recursos madurativos para gestionar esa carga interna.

Necesitan espacios donde se validen sus emociones, donde puedan expresarse sin miedo a ser juzgados, y donde su complejidad sea comprendida, no reprimida.

VI. ¿Cómo acompañar a estos niños y adolescentes?

1. Diagnóstico diferencial y temprano

Cuanto antes se identifique la doble excepcionalidad, mejor será el pronóstico. No basta con detectar el TDAH o las altas capacidades por separado: hay que ver el conjunto.

2. Educación personalizada y flexible

El sistema educativo tradicional no suele estar preparado para este perfil. Necesitan:

  • Retos cognitivos estimulantes, pero también

  • Rutinas claras, apoyo en planificación y comprensión emocional.

Los modelos de enriquecimiento, las adaptaciones curriculares y la atención psicopedagógica individualizada son fundamentales.

3. Desarrollo de habilidades emocionales

Estos niños deben aprender a autorregularse emocionalmente, desarrollar la tolerancia a la frustración, el pensamiento flexible y la gestión de impulsos. Las terapias como el mindfulness, la terapia cognitivo-conductual o los programas de función ejecutiva son muy útiles.

4. Acompañamiento a las familias

Los padres suelen sentirse desbordados, confundidos o incluso culpables. Es vital que reciban información, formación y apoyo. No es falta de límites ni exceso de estimulación: es una condición neurobiológica que requiere comprensión y herramientas.

5. Formación al profesorado

El desconocimiento genera etiquetas y juicios que dañan profundamente. Un docente informado puede marcar la diferencia entre un niño que florece y uno que se apaga. La formación docente en neurodivergencia es urgente.

VII. Una mirada más allá de los diagnósticos

La doble excepcionalidad no define a una persona, pero sí le plantea desafíos únicos. Lo importante no es encasillar ni poner etiquetas, sino ofrecer respuestas personalizadas, humanas y compasivas.

No estamos hablando solo de rendimiento escolar o de disciplina, sino del derecho a ser uno mismo sin sentirse defectuoso. De poder desplegar el potencial sin que la diferencia sea una barrera.

Estos niños y niñas no son “problemas” a corregir, sino semillas por germinar. Y cuando reciben lo que necesitan, no solo brillan: iluminan a los que les rodean.

Autor: Psicólogo Ignacio Calvo