Misofonía: Tratamiento psicológico de la obsesión por ciertos sonidos

¿Qué es la misofonía y por qué molesta tanto?

La misofonía (literalmente "odio al sonido") es un trastorno en el que sonidos cotidianos muy específicos –como el masticar, la respiración fuerte, el tecleo de un teclado o el chasquido de un bolígrafo– provocan una reacción desproporcionada de malestar, ira o angustia en quien la padece. Importa recalcar que no es el ruido en sí (no se trata de sonidos necesariamente fuertes), sino la respuesta emocional exacerbada que dichos ruidos desencadenan​ En otras palabras, el problema no está en el volumen del sonido, sino en cómo el cerebro interpreta ese sonido. Quien sufre misofonía puede experimentar desde irritación intensa hasta ansiedad, pánico o rabia al oír esos desencadenantes auditivos, aunque para otras personas esos mismos ruidos pasen desapercibidos o resulten neutros​. Esta respuesta suele ser automática e involuntaria: muchos describen sentir un impulso de huir de la situación o incluso confrontar a quien emite el sonido. Es comparable a una reacción de “lucha o huida” ante un estímulo que el cerebro percibe equivocadamente como una amenaza, activando la amígdala (centro emocional del cerebro) y disparando síntomas físicos de estrés como aumento del pulso o sudoración​. En suma, la misofonía es una respuesta de ansiedad condicionada ante sonidos específicos, más que una simple manía por el ruido.

El papel fundamental de la ansiedad, el estrés crónico y la sobrecarga emocional

Diversos estudios y expertos señalan que la misofonía no surge en el vacío, sino que está estrechamente vinculada con factores emocionales como la ansiedad y el estrés. De hecho, se ha observado que este trastorno suele aparecer o agravarse en personas bajo estrés crónico o con una sobrecarga emocional significativa​. Cuando nuestra mente y cuerpo están sometidos a tensión constante, el sistema nervioso se vuelve hiperreactivo: es como si estuviéramos “con los nervios de punta”, en vigilancia permanente. En esa situación, estímulos menores (por ejemplo, el sonido repetitivo de alguien haciendo clic con la pluma) pueden desbordarnos más de lo normal. Según explican especialistas, el estrés prolongado sensibiliza nuestro cerebro y dificulta filtrar los estímulos irrelevantes, de modo que percibimos ciertos sonidos cotidianos como más intensos o intrusivos de lo que realmente son​. No es raro que quienes viven con misofonía relaten que su tolerancia a esos ruidos disminuye en épocas de alta presión o fatiga emocional.

Además, la misofonía puede asociarse con experiencias negativas previas o con la ansiedad anticipatoria. Algunas personas desarrollan esta aversión luego de episodios concretos (por ejemplo, haber sufrido una experiencia traumática mientras de fondo alguien masticaba chicle podría dejar esa huella sonora asociada al miedo). Incluso sin un evento traumático claro, es común que la reacción misofónica se refuerce con el tiempo: tras varias exposiciones, el cerebro “aprende” a detonar la respuesta de malestar cada vez más rápido ante el sonido gatillo, entrando en un círculo vicioso de ansiedad. Del mismo modo, la anticipación puede hacer estragos: con el tiempo la persona empieza a temer de antemano encontrarse con sus sonidos detonantes (por ejemplo, ver a alguien acercarse con una manzana puede ya provocar tensión si sabe que masticar es su disparador). Así, el estrés se alimenta a sí mismo: la ansiedad crónica aumenta la sensibilidad al sonido, y la hipersensibilidad al sonido genera más estrés.

Tratamiento psicológico de la misofonía

Aunque actualmente no existe una cura definitiva para la misofonía, las intervenciones psicológicas han demostrado ser de gran ayuda para manejar el trastorno, reducir sus síntomas y mejorar la calidad de vida de quienes lo padecen​. El enfoque suele ser multidisciplinar, pero aquí nos centraremos en las estrategias desde la psicología. El objetivo principal del tratamiento es modular la respuesta emocional al sonido desencadenante, en lugar de eliminar por completo la sensibilidad (lo cual no siempre es posible). En otras palabras, enseñar al cerebro a reaccionar con menos alarma ante esos ruidos. A continuación, describimos algunos abordajes efectivos:

Terapia Cognitivo-Conductual (TCC)

Es uno de los tratamientos psicológicos más utilizados y con resultados prometedores. La TCC ayuda a la persona con misofonía a identificar y reestructurar los pensamientos automáticos negativos que surgen con el sonido desencadenante​. Por ejemplo, es común interpretar el ruido como algo “intolerable” o pensar que quien come o respira ruidosamente lo hace “a propósito para molestar”. Estos pensamientos amplifican la ira y la ansiedad. En terapia, se trabaja para cambiar esa perspectiva: entender que el sonido puede ser desagradable pero no implica ninguna intención personal ni peligro real​. Al reformular la situación de forma más objetiva (“ese sonido es molesto, pero no amenaza mi bienestar”), suele disminuir la intensidad de la emoción. La TCC también entrena en habilidades de afrontamiento: por ejemplo, preparar planes de respuesta (usar técnicas de relajación o distraerse) cuando aparezca el ruido gatillo, en lugar de reaccionar impulsivamente con ira o evasión. Varios pacientes reportan que tras la terapia cognitivo-conductual toleran mejor los sonidos y recuperan confianza en su autocontrol​

Exposición gradual controlada

Esta técnica, a menudo combinada con la anterior, consiste en acostumbrar progresivamente al sistema nervioso a los sonidos desencadenantes, de forma segura y guiada. Se diseñan ejercicios donde la persona se expone primero a versiones leves del sonido que le molesta (por ejemplo, grabaciones a volumen bajo, o el sonido visto en vídeo sin el componente en vivo), mientras practica técnicas de relajación para manejar la ansiedad. Poco a poco, con apoyo del terapeuta, se va aumentando la intensidad o la proximidad de la exposición al sonido real​. Este reentrenamiento auditivo le enseña al cerebro que puede escuchar ese estímulo sin entrar en pánico, rompiendo la asociación aprendida de que “sonido X = amenaza o enfado”. La evidencia clínica sugiere que, tras repetidas exposiciones controladas, la reacción emocional se atenúa: el sonido ya no dispara un pico de ansiedad tan alto, sino que se vuelve más llevadero​. Cabe destacar que esta exposición debe hacerse con mucho cuidado y preferiblemente con un profesional, ya que enfrentarse de golpe al sonido temido sin preparación podría agravar la aversión en vez de mejorarla.

Técnicas de regulación emocional

Dado que la misofonía implica una respuesta de estrés agudo, es muy útil incorporar métodos que reduzcan la activación fisiológica y fortalezcan la tolerancia al malestar. Entre ellos, la relajación muscular, la respiración profunda y el mindfulness (atención plena) han mostrado beneficios. Estas técnicas enseñan a la persona a calmar su sistema nervioso en el momento que aparece el sonido detonante, evitando que la emoción suba como una ola incontrolable​. Por ejemplo, practicar ejercicios de respiración diafragmática o mindfulness diariamente puede disminuir la ansiedad basal y hacer menos reactivo al individuo ante los ruidos. Un estudio menciona que el mindfulness ayuda a los pacientes a observar sus reacciones sin juzgar ni alimentar pensamientos catastróficos, lo que poco a poco reduce la irritabilidad frente a los sonidos y aumenta la sensación de control​ Asimismo, manejar el estrés general de la vida (mejorar hábitos de sueño, realizar actividad física, moderar el consumo de cafeína y estimulantes) contribuye indirectamente a que el umbral de tolerancia al sonido mejore​. En resumen, un cuerpo y mente más relajados reaccionarán con menos intensidad.

Apoyo auditivo y psicoeducación

Aunque el foco es psicológico, en algunos casos se combinan estrategias de alivio sensorial. Por ejemplo, el uso de sonidos de fondo (ruido blanco, música suave) o dispositivos como auriculares con cancelación de ruido puede ayudar a enmascarar los sonidos desencadenantes en entornos difíciles​. Esto no “cura” la misofonía, pero sirve de apoyo puntual para evitar la sobrecarga en situaciones inevitables (viajes, oficinas abiertas, etc.). Sin embargo, los expertos recomiendan no depender exclusivamente de bloquear los ruidos, ya que el objetivo a largo plazo es lograr convivir con ellos con menos malestar, no vivir aislado. Por eso es clave la psicoeducación: entender bien qué es la misofonía y cómo funciona nuestra respuesta. Cuando la persona comprende que no está sola ni “loca” por reaccionar así, sino que su cerebro está sobreactivado por ansiedad, puede eliminar mucha culpa o vergüenza asociada​. Involucrar a la familia o gente cercana en este proceso educativo también es importante: un entorno comprensivo y informado evita burlas o incomprensión, y más bien ofrece apoyo y acomodaciones razonables (como acordar señas para avisar si algo molesta, o pequeñas modificaciones de convivencia)​. Sentirse validado emocionalmente reduce la tensión, lo cual paradójicamente facilita que los síntomas mejoren.

Un ejemplo práctico de tratamiento

Imaginemos un caso: a María, de 30 años, le enfurece el sonido de alguien masticando con la boca abierta. Este problema le genera mucha ansiedad en comidas familiares y ha empezado a evitar salidas a restaurantes. En terapia, su psicólogo aplica una combinación de TCC y exposición gradual. Primero trabajan en identificar qué piensa y siente María cuando escucha a alguien masticar: descubre que inmediatamente le vienen pensamientos como “¡No soporto esto, me va a volver loca, lo hacen para irritarme!”. Estas interpretaciones aumentan su ira y ansiedad al 100%. Con técnicas cognitivas, aprende a desafiar esas ideas: practicar decirse “Calma, es molesto pero no pasa nada grave, no lo hacen para molestarte; puedes sobrellevarlo”. Paralelamente, comienza a hacer ejercicios de relajación cada día para rebajar su nivel general de tensión. Una vez que tiene esas herramientas, pasan a la exposición: en sesiones controladas, el terapeuta le hace escuchar grabaciones suaves de gente masticando, mientras María practica respiración lenta y aplica los nuevos pensamientos. Al inicio siente incomodidad, pero logra mantenerse. Con el tiempo y la repetición, va subiendo el volumen o duración de los sonidos y también exponiéndose en la vida real (por ejemplo, permanecer unos minutos en la mesa con alguien que come chicle, e ir aumentando ese tiempo). Después de varias semanas, María nota que ya no entra en pánico ni rabia al primer segundo de oír masticar. Sigue siendo un sonido que no le agrada, pero ahora lo describe más como una molestia leve que como una catástrofe. Ha recuperado la tranquilidad para compartir momentos en la mesa sin que la misofonía controle la situación. Este progreso, común en terapia, muestra cómo es posible “reeducar” la respuesta emocional y reconquistar espacios que la misofonía nos había robado.

Convivir con la misofonía: Conclusión

En la actualidad, la misofonía se reconoce como una condición real que puede afectar significativamente la vida diaria, las relaciones y el bienestar emocional de quien la sufre​. Si bien no hay aún un consenso científico pleno sobre su causa exacta ni un fármaco específico para tratarla, la buena noticia es que sí existen herramientas psicológicas eficaces. Terapias como las descritas ayudan a reducir la intensidad de las reacciones y a manejar mejor la ansiedad asociada​. Muchas personas logran, con tratamiento, aumentar su tolerancia a los sonidos detonantes y disminuir la interferencia de la misofonía en sus actividades cotidianas.

Es importante tener expectativas realistas: probablemente uno no pase de odiar cierto sonido a amarlo, pero sí puede pasar de no soportarlo en absoluto a que apenas incomode. Aprender a gestionar el estrés crónico y la sobrecarga emocional subyacente es parte crucial del proceso, pues al fortalecer nuestra resiliencia emocional, debilitamos el poder que esos ruidos tienen sobre nosotros​. En último término, abordar la misofonía es un ejercicio de autoconocimiento y autocuidado: entender las señales de nuestro cuerpo, cuidar nuestra salud mental general y aplicar estrategias para calmarnos. Si crees que puedes tener misofonía y te está afectando, no dudes en buscar ayuda de un profesional de la psicología. Con apoyo adecuado, es posible retomar el control y hacer las paces (hasta donde sea posible) con esos sonidos que hoy te alteran. Al final del camino, de lo que se trata es de que seamos nosotros quienes dominemos a la misofonía, y no al revés.

 

Autor: Psicólogo Ignacio Calvo