Cuando atravesamos una experiencia traumática, es natural pensar en sus consecuencias negativas. Sin embargo, desde la psicología ha surgido evidencia de que, en muchos casos, las personas también pueden experimentar cambios positivos tras la crisis. Este fenómeno se conoce como crecimiento postraumático (PTG, por sus siglas en inglés). De hecho, la mayoría de los sobrevivientes de traumas reportan al menos algún signo de crecimiento; por ejemplo, una apreciación renovada de la vida es un cambio común mencionado por hasta el 89% de quienes han pasado por situaciones extremas, según el psicólogo Richard Tedeschi.
¿Qué es exactamente el crecimiento postraumático? A diferencia de la resiliencia tradicional (que implica recuperarse y volver al estado anterior), el PTG significa ir más allá de la adaptación y lograr un cambio positivo en la persona a raíz de la adversidad. Lawrence G. Calhoun y Richard G. Tedeschi, los investigadores que acuñaron el término, observaron transformaciones psicológicas profundas en tres áreas principales: en la manera en que la persona se ve a sí misma, en sus relaciones con los demás y en su filosofía de vida o espiritualidad. En sus estudios, incluso desarrollaron un cuestionario (Posttraumatic Growth Inventory) para medir estos cambios positivos. Este inventario de 21 ítems abarca cinco subáreas de crecimiento (nuevas posibilidades, relaciones con los demás, fuerza personal, cambio espiritual y apreciación de la vida), que a su vez podemos englobar en tres grandes tipos de crecimiento postraumático. A continuación, exploraremos cada uno de ellos con un lenguaje sencillo, ejemplos concretos y las ideas clave de Calhoun y Tedeschi sobre cómo del dolor puede nacer la transformación.
Crecimiento en la relación con uno mismo
Este aspecto del PTG se refiere a los cambios internos positivos en cómo nos percibimos. Tras un trauma, muchas personas descubren en sí mismas una nueva fortaleza personal y recursos que antes ignoraban. Tedeschi y Calhoun señalan que los sobrevivientes suelen reportar "un mayor sentido de sus propias capacidades para sobrevivir y salir adelante". En otras palabras, aunque la experiencia los hizo sentir más vulnerables que antes, también les reveló una resiliencia y fuerza desconocidas – como dijo un sobreviviente: "me siento más vulnerable, pero también más fuerte". Junto con esa fortaleza, también emerge a menudo una nueva apreciación por la vida. Pequeñas cosas cotidianas que antes pasaban desapercibidas ahora cobran valor; la persona aprende a valorar más cada día y a no dar por sentado lo que tiene. De igual forma, puede ocurrir que reevalúe sus prioridades y sueñe con nuevas posibilidades para su futuro. En conjunto, estos cambios representan un crecimiento en la relación con uno mismo: la adversidad impulsa al individuo a conocerse mejor, a reconocerse más fuerte y sabio, y a vivir con mayor autenticidad y gratitud.
Por ejemplo, imaginemos a alguien que ha superado una enfermedad grave. Antes del suceso, tal vez se consideraba una persona frágil o insegura. Pero tras enfrentar meses de tratamiento y miedo, descubre en sí una tenacidad sorprendente. Ahora piensa: “Si pude con esto, puedo con cualquier cosa”. Esa convicción se traduce en una confianza renovada para perseguir metas que antes le intimidaban (como cambiar de carrera o iniciar ese proyecto postergado), y en disfrutar más plenamente de la vida aquí y ahora. Este caso ilustra cómo, en la relación con uno mismo, el trauma puede catalizar autodescubrimiento y empoderamiento personal, tal como describieron Tedeschi y Calhoun en sus investigaciones.
Crecimiento en las relaciones interpersonales
Otra dimensión crucial del crecimiento postraumático ocurre en la forma en que nos vinculamos con los demás. Después de una experiencia traumática, muchas personas desarrollan relaciones más cercanas, empáticas y significativas. En sus estudios, Calhoun y Tedeschi observaron que es común que los sobrevivientes sientan una mayor necesidad de hablar sobre lo sucedido, lo cual pone a prueba su red de apoyo: algunas amistades se profundizan y otras pueden alejarse A través de este proceso, quienes han pasado por el trauma a menudo terminan fortaleciendo sus lazos con aquellas personas que estuvieron a su lado. También reportan volverse más comprensivos y compasivos con el sufrimiento ajeno. En palabras de estos psicólogos, el proceso puede llevar a que uno se sienta más cómodo con la intimidad y desarrolle "un mayor sentido de compasión hacia otros que atraviesan dificultades". En resumen, la adversidad puede abrir el corazón: se aprende a valorar el apoyo emocional, a expresar afecto con más sinceridad y a construir relaciones interpersonales más profundas y solidarias.
Por ejemplo, pensemos en una persona que ha perdido a un ser querido de forma trágica. En medio del dolor, comienza a acercarse más a su familia y amigos para sobrellevar la pena. Quizá antes era alguien reservado, pero ahora comparte sus sentimientos abiertamente, permitiendo que los demás le brinden consuelo. Descubre quiénes están realmente ahí para apoyarle y esas conexiones se vuelven más auténticas y estrechas. Meses después, esta persona decide unirse a un grupo de apoyo para gente en duelo y, al escuchar las historias de otros, siente una profunda empatía; ha desarrollado una sensibilidad especial hacia el dolor de los demás. Este escenario muestra cómo el trauma, aunque doloroso, puede fortalecer los vínculos humanos: uno aprende el valor de la solidaridad y la empatía, confirmando lo que hallaron Tedeschi y Calhoun sobre el crecimiento interpersonal postraumático.
Crecimiento en la espiritualidad o filosofía de vida
El tercer gran ámbito de cambio positivo tras un trauma tiene que ver con nuestra forma de entender la vida, incluyendo la espiritualidad, la fe o los valores filosóficos profundos. Las crisis existenciales sacuden nuestras creencias más básicas, y precisamente esa sacudida puede llevar a una reconstrucción del significado. Tedeschi y Calhoun describen que después de eventos traumáticos muchas personas se involucran en una búsqueda intensa, planteándose preguntas fundamentales sobre la muerte, el propósito y el sentido de la vida. A menudo reportan que comienzan a “valorar más las pequeñas cosas de la vida” y se replantean aspectos religiosos, espirituales o existenciales de su cosmovisión. Esa introspección, aunque difícil, puede resultar en que la filosofía personal de vida se vuelve más rica y significativa. Como explican estos autores, tras ese viaje espiritual o existencial la visión del mundo de la persona puede hacerse “más plena, satisfactoria y llena de sentido”. En la práctica, este crecimiento se manifiesta de distintas formas según la persona: algunos encuentran consuelo en la espiritualidad o la fe, otros redefinen sus prioridades y valores (por ejemplo, deciden que dedicar tiempo a la familia o ayudar a otros será su nuevo norte), y muchos desarrollan un mayor sentido de propósito. En todos los casos, el trauma actúa como catalizador de una profunda reflexión sobre el significado de la vida, que puede conducir a una renovación espiritual o filosófica.
Por ejemplo, imaginemos a un hombre que sobrevive a un accidente que casi le cuesta la vida. Durante su recuperación, se pregunta por qué ocurrió y qué quiere hacer con el “tiempo extra” que siente que ha recibido. Estas preguntas lo llevan a explorar la espiritualidad: empieza a meditar y conectarse con sus creencias religiosas, hallando en la fe un nuevo apoyo. Al mismo tiempo, decide que ya no quiere seguir en un trabajo que no le llena; en su lugar, opta por una labor con propósito social, donde pueda marcar una diferencia. Meses después, este hombre comenta que el accidente cambió su manera de ver el mundo: ahora vive con mayor sentido, gratitud y conexión trascendente. Este ejemplo refleja el tipo de transformación interior que describen Tedeschi y Calhoun – una reevaluación de las creencias y objetivos que desemboca en una vida con más significado y, a menudo, en una espiritualidad renovada.
Reflexión final
El crecimiento postraumático nos muestra el lado luminoso de la adversidad. No implica negar el dolor ni pretender que el trauma es algo “positivo” en sí mismo. De hecho, los expertos enfatizan que no todas las personas que sufren eventos traumáticos llegarán a experimentar este crecimiento, y que no es el trauma en sí lo que produce cambios beneficiosos, sino la forma en que cada individuo afronta y elabora internamente esa experiencia. Además, la angustia y el crecimiento pueden coexistir – uno puede seguir sintiendo tristeza o estrés y aun así encontrar un nuevo significado o desarrollo personal. Cada proceso es único y válido.
Lo esperanzador del trabajo de Calhoun y Tedeschi es que invita a reflexionar sobre nuestra capacidad de transformación. Sus hallazgos nos recuerdan que, incluso en las peores circunstancias, el ser humano puede encontrar beneficio en medio del desafío. Historias de personas que, tras tocar fondo, descubren una nueva fuerza, relaciones más genuinas o un renovado sentido de la vida, nos inspiran a ver las crisis con otra lente. Al final, conocer sobre crecimiento postraumático es una invitación a la esperanza: saber que el dolor, aunque nunca deseable, puede ser semilla de cambio positivo. Como resultado, podemos enfrentar las adversidades con la convicción de que es posible salir de ellas siendo más fuertes, más sabios y más humanos que antes.
Fuentes: Lawrence G. Calhoun & Richard G. Tedeschi, Posttraumatic Growth Inventory (1996); Posttraumatic Growth: Positive Changes in the Aftermath of Crisis (1998); Tedeschi & Calhoun, Psychiatric Times (2004);
Autor: Psicólogo Ignacio Calvo