Seguramente te haya pasado alguna vez: ese ligero cosquilleo en el estómago antes de despegar en avión, la presión en el pecho mientras buceas a cierta profundidad, o esa tensión en las manos conduciendo por autopista a más de 120 kilómetros por hora. Aunque racionalmente puedas repetirte: «estoy seguro, todo está controlado», una parte primitiva y poderosa de tu cerebro puede opinar lo contrario. ¿Qué está ocurriendo exactamente dentro de ti para que se active esta respuesta automática de ansiedad?
Lo que tienen en común estas situaciones: la falta de control percibida
Tanto al bucear en profundidades, como al viajar en avión o conducir a alta velocidad, existe un factor común determinante en la activación de la ansiedad: la percepción de pérdida de control y la sensación de estar expuestos a un posible riesgo vital, aunque objetivamente el peligro sea bajo.
Nuestro cerebro es extremadamente sensible a cualquier situación que implique una amenaza potencial. Y cuando experimentamos la ansiedad en estas situaciones específicas, es porque el cerebro está interpretando señales ambientales como si fueran señales de peligro real. Veamos cómo ocurre esto paso a paso a nivel neurobiológico.
El papel clave de la amígdala: nuestra alarma interna
El proceso comienza en una pequeña estructura cerebral llamada amígdala, situada en el sistema límbico. Esta región actúa como una alarma ultrasensible, encargada de detectar amenazas potenciales para nuestra supervivencia. La amígdala reacciona rápidamente, incluso antes de que seas consciente de haber percibido la amenaza. Por eso puedes notar ansiedad aunque racionalmente te digas que estás seguro.
La amígdala puede activarse por simples señales ambiguas: la sensación de encierro en la cabina del avión, la presión sobre tu cuerpo bajo el agua, o la alta velocidad y la percepción de peligro en la carretera. Cuando esto sucede, inicia una reacción en cadena automática que prepara al organismo para defenderse.
¿Qué ocurre en tu cerebro cuando la amígdala se activa?
Cuando la amígdala interpreta una situación como peligrosa, envía una señal de alerta inmediata al hipotálamo, el «centro de mando» de nuestro sistema nervioso autónomo. El hipotálamo activa entonces lo que se conoce como el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA). Este eje libera rápidamente dos hormonas esenciales para la respuesta al estrés: adrenalina y cortisol.
La adrenalina produce un efecto casi instantáneo: tu corazón se acelera, tu respiración se vuelve rápida y superficial, tus músculos se tensan, y comienzas a sudar. Estas reacciones automáticas están diseñadas para ayudarte a enfrentar una amenaza inmediata, sea real o imaginada.
El cortisol, por su parte, mantiene tu cuerpo alerta durante períodos más largos. En dosis pequeñas, es útil, pero cuando la ansiedad se prolonga demasiado, puede generar agotamiento físico y emocional.
El sistema nervioso autónomo: «luchar, huir o bloquearse»
La ansiedad no solo es una experiencia mental, sino profundamente física. Tu sistema nervioso autónomo, especialmente el sistema simpático, se activa intensamente. Esto genera respuestas físicas claras y a menudo incómodas:
-
Taquicardia
-
Hiperventilación
-
Sudoración
-
Tensión muscular
-
Sequedad en la boca
Estas sensaciones físicas se experimentan como desagradables porque el cerebro las interpreta como una confirmación adicional del peligro, aumentando la ansiedad y cerrando así un círculo vicioso.
El conflicto entre razón y emoción: córtex prefrontal versus sistema límbico
Aquí ocurre algo fascinante: mientras tu sistema límbico grita «¡peligro!», tu córtex prefrontal (responsable del pensamiento racional y del control emocional consciente) intenta calmar a la amígdala diciéndole «no pasa nada, es seguro, ya lo has hecho antes».
Pero, en situaciones de fuerte activación emocional, el sistema límbico suele ganar temporalmente, dejando en segundo plano a la parte racional. Esta es precisamente la razón por la que muchas personas, aunque entiendan perfectamente que el avión es seguro estadísticamente, aún experimentan ansiedad al volar.
El rol de la percepción subjetiva del control
Uno de los factores clave que determina el nivel de ansiedad que experimentamos en estas situaciones es el grado de control percibido. Cuando sientes que no puedes abandonar fácilmente la situación (como en el avión o buceando a 20 metros de profundidad), la ansiedad suele aumentar considerablemente.
¿Por qué sucede esto? Porque nuestro cerebro es extremadamente sensible a la sensación de vulnerabilidad. El hecho de no poder controlar directamente nuestra seguridad incrementa la activación de otras regiones cerebrales, como el córtex cingulado anterior, responsable de detectar errores o incongruencias. Esto incrementa nuestra sensación de hipervigilancia y preocupación.
¿Cómo manejar esta ansiedad?
Aunque esta respuesta de ansiedad es natural y automática, hay formas eficaces de gestionarla, y esto también tiene base neurobiológica:
-
Mindfulness y respiración consciente: Técnicas de mindfulness han demostrado científicamente calmar la amígdala y activar el sistema parasimpático (responsable de relajar nuestro organismo).
-
Exposición gradual: Exponerse poco a poco y de forma controlada a estas situaciones ayuda al cerebro a reinterpretar las señales como menos amenazantes, generando cambios profundos en las conexiones neuronales, un fenómeno llamado neuroplasticidad.
-
Terapias especializadas: Técnicas como la terapia cognitivo-conductual, el EMDR o incluso la biofeedback están diseñadas específicamente para reducir esta ansiedad automática y entrenar a tu cerebro a enfrentar estas situaciones de forma más relajada y segura.
Conclusión: Conocer el cerebro es clave para gestionar mejor la ansiedad
Ahora que conoces los mecanismos neurobiológicos detrás de la ansiedad generada en actividades como el submarinismo, el vuelo en avión o conducir a alta velocidad, es probable que te resulte más sencillo aceptarla y, por tanto, reducir su intensidad.
Recuerda que tu cerebro está haciendo simplemente aquello para lo que ha evolucionado durante millones de años: mantenerte vivo. La ansiedad no es tu enemigo, sino una alarma biológica que a veces se activa con demasiada facilidad. Comprendiendo mejor cómo funciona, puedes aprender a manejarla, incluso en situaciones donde la sensación de control no es absoluta.
Autor: Psicólogo Ignacio Calvo