Secuelas psicológicas del gran apagón

El lunes 28 de abril de 2025, un apagón eléctrico sorprendió a millones de personas en España y Portugal. La interrupción masiva de suministro, causada por un fallo técnico en la red de distribución, dejó sin electricidad a hogares, transportes y servicios durante varias horas. Sin embargo, más allá del corte de luz, lo que emergió con fuerza fue algo mucho más humano: la sorprendente capacidad de mantener la calma, la colaboración espontánea entre desconocidos y el valor de la conexión frente a la incertidumbre. 

 

 

Aunque algunas personas vivieron momentos tensos, como los atrapados en ascensores o vagones detenidos, la mayoría de la población respondió con serenidad. En lugar de pánico, hubo adaptabilidad. En vez de caos, brotaron gestos cotidianos de apoyo mutuo. Este apagón no solo puso a prueba nuestra infraestructura energética, sino también nuestra resiliencia colectiva.

Un instante suspendido… y compartido

Durante las primeras horas del apagón, lo que más desconcertó no fue la oscuridad, sino la falta de información. Sin electricidad ni conexión, se interrumpieron los canales habituales de comunicación, y en ese vacío surgieron rumores y bulos. Algunos hablaban de ciberataques, otros de sabotajes o amenazas mayores. Esta desinformación causó inquietud, pero, curiosamente, no desató histeria colectiva.
 
Lo que sí se multiplicó fueron escenas de cooperación: vecinos saliendo al rellano con velas para calmar a quien temía, conductores deteniendo el tráfico para evitar accidentes ante semáforos apagados, personas ayudando a subir escaleras a ancianos. En varias estaciones de metro, los pasajeros compartieron linternas de móvil, bromas y conversación, transformando la espera en una experiencia compartida. En edificios de oficinas, trabajadores improvisaron evacuaciones organizadas. Incluso hubo quienes ofrecieron sus terrazas como puntos de encuentro.
 
Estas conductas tienen una explicación desde la teoría polivagal de Stephen Porges, que postula que los seres humanos, ante la percepción de amenaza, no solo activan respuestas de lucha o huida, sino también, y especialmente cuando se sienten en mínima seguridad, el sistema de compromiso social: esa tendencia biológica a buscar conexión, consuelo y colaboración. En este sentido, el apagón mostró que incluso en situaciones imprevistas, muchas personas activaron esa respuesta basada en el cuidado mutuo.
 

Qué sentimos… y qué aprendimos con el gran apagón

 
Los eventos inesperados, especialmente cuando alteran la vida cotidiana, generan una reacción emocional natural. Algunas personas sintieron ansiedad, otras impotencia o cansancio emocional. Pero en general, la respuesta no fue traumática, sino contenida y adaptativa. Para quienes sí vivieron situaciones más intensas (como estar atrapados sin saber cuándo llegaría ayuda), pueden aparecer en los días siguientes reacciones como insomnio leve, hipervigilancia o molestias pasajeras.
 
Según estudios sobre eventos similares (Yang & Bae, 2022), la reacción emocional más común tras apagones o desastres menores no es el pánico, sino la necesidad de comprensión y el deseo de que no vuelva a repetirse. La clave, por tanto, no está tanto en el evento en sí, sino en cómo se comunica, se contextualiza y se acompaña.
 
Aquí fue clave la red informal de apoyo: grupos de WhatsApp reactivados cuando volvió la conexión, vecinos preguntando cómo estaban los demás, medios locales explicando lo sucedido sin alarmismo. Este tejido social hizo de amortiguador psicológico.
 
Y aunque algunas personas manifestaron cierta inquietud en los días posteriores, especialmente ante cortes breves de luz o interrupciones del móvil, la mayoría retomó su rutina con rapidez. La experiencia, lejos de fracturar, pareció reforzar un tipo de memoria colectiva que valora la calma, la vecindad y la preparación.
 

Cinco estrategias para cuidar la salud mental tras un evento así

 
Aunque el apagón no dejó grandes secuelas emocionales en la población general, sí es una buena oportunidad para recordar cómo podemos cuidar nuestro bienestar mental ante situaciones imprevistas. Aquí van cinco claves que pueden ayudarnos, tanto para procesar lo vivido como para afrontar con más recursos futuras eventualidades:
 

1. Nombrar lo que sentimos, sin juzgarlo

Aunque muchas personas vivieron el apagón sin grandes sobresaltos, es completamente válido que algunas hayan sentido ansiedad, temor o inquietud. El primer paso para procesar cualquier experiencia es permitirse sentir, sin compararse ni minimizarlo. Validar lo vivido, incluso si fue una mezcla extraña de tensión y humor, es una forma de integrar la experiencia.
 

2. Buscar conexión como bálsamo

Tal como explica la teoría polivagal, la conexión social es una de las principales vías de regulación emocional. Conversar con otras personas sobre lo que ocurrió, compartir anécdotas o reírse de los imprevistos vividos no solo libera tensión, sino que ayuda al cuerpo a salir del estado de alerta. Estar con otros, presencial o virtualmente, favorece la recuperación emocional.
 

3. Dosificar la información y desconfiar de los bulos

Una de las mayores fuentes de malestar durante el apagón fue la proliferación de rumores. No saber qué pasaba generó ansiedad, y muchas personas se vieron afectadas por bulos que circulaban sin filtro. En momentos de incertidumbre, es esencial acudir a fuentes fiables (como Protección Civil, medios oficiales, etc.) y evitar el consumo excesivo de noticias. Informarse sí, intoxicarse no.
 

4. Recuperar la rutina con conciencia

Volver a las actividades cotidianas después de una situación disruptiva es un potente regulador emocional. Comer bien, descansar, hacer algo de ejercicio, evitar excesos de cafeína o alcohol… todo ayuda a que el cuerpo y la mente se sientan en seguridad. Además, recuperar la rutina permite cerrar simbólicamente el episodio: lo extraordinario pasó, volvemos al cauce.
 

5. Potenciar la preparación sin caer en la paranoia

Muchos hogares se replantearon, tras el apagón, la necesidad de tener a mano una linterna, una radio con pilas o una batería externa. Estas medidas sencillas no solo mejoran la preparación, sino que aumentan la sensación de control, que es uno de los factores protectores frente a la ansiedad. Prepararse no es temer, es confiar en que podemos actuar mejor si algo vuelve a ocurrir.
 
 

El valor de la calma compartida

 
La gestión emocional de un evento como este apagón no depende solo de la psicología individual, sino también del entorno social, la cultura colectiva y la calidad de las relaciones. En este caso, la población demostró que, incluso en la oscuridad literal y simbólica, prevalece la calma cuando hay confianza, sentido común y apoyo mutuo.
 
Este tipo de vivencias no solo nos recuerdan que somos vulnerables, sino también que somos capaces de responder con dignidad y cuidado. La imagen de un edificio en penumbra donde los vecinos se reúnen con velas, comparten una charla o se ayudan a subir escaleras, dice más de nuestra humanidad que cualquier alerta en un telediario.
 
Tal vez, más allá de la causa técnica del apagón, lo que verdaderamente quedó encendido fue el sistema nervioso social que compartimos. Ese que, como dice Porges, se activa cuando miramos al otro y encontramos seguridad. Ese que nos recuerda que, incluso en la incertidumbre, estamos hechos para la conexión, no para el aislamiento.
 
 
 
Referencias
 
 
Dana, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Editorial Eleftheria.
 
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