Qué es la Interocepción: el arte de sentir el cuerpo por dentro 

La interocepción es una función poco conocida, pero absolutamente esencial para la vida consciente. Es la capacidad del cerebro para percibir, interpretar y responder a las señales internas del cuerpo: el ritmo del corazón, la presión arterial, la respiración, la temperatura corporal, el hambre, la sed o incluso la necesidad de ir al baño. Es, en definitiva, el sentido que nos permite experimentar cómo estamos por dentro. A través de este sistema, el organismo mantiene el equilibrio interno (homeostasis) y regula las respuestas fisiológicas y neuronales ante el entorno externo. Pero más allá del cuerpo, la interocepción desempeña un papel fundamental en nuestras emociones, nuestro sentido del yo y nuestra salud mental.

En las últimas dos décadas, las neurociencias han comenzado a estudiar con creciente atención la interocepción, descubriendo que muchos trastornos psicológicos —como la ansiedad, la depresión, los trastornos alimentarios o el trastorno de pánico— comparten alteraciones en la forma en que las personas perciben, interpretan o responden a sus señales corporales internas. Este artículo explora la naturaleza de la interocepción, su papel en la homeostasis, su influencia en la regulación emocional y su conexión con trastornos mentales, incluyendo un modelo neuroanatómico clave para comprender la ansiedad y la depresión.

¿Qué es la interocepción?

Tradicionalmente, hablamos de cinco sentidos: vista, oído, tacto, gusto y olfato. Sin embargo, el cerebro humano dispone de otros sistemas sensoriales igual de importantes. La interocepción es uno de ellos: el sentido que monitorea el estado fisiológico interno del cuerpo. No es una sola vía o una sola señal, sino una red compleja de receptores viscerales (en el corazón, pulmones, estómago, intestinos, etc.) que envían información al sistema nervioso central sobre el estado del cuerpo.

Esta información es procesada principalmente en regiones como la ínsula anterior, el córtex cingulado anterior y otras estructuras del sistema límbico y prefrontal. Juntas, estas áreas permiten que el cerebro mantenga una representación dinámica del cuerpo en el presente. Es esta capacidad la que nos permite sentir si estamos tensos o relajados, si tenemos hambre, si algo no va bien, si estamos a punto de llorar o si el corazón se acelera porque algo nos ha asustado.

Interocepción y homeostasis: un delicado equilibrio

La homeostasis es el mecanismo por el cual el cuerpo mantiene condiciones internas estables a pesar de los cambios en el entorno. Para lograr esto, el cerebro necesita un sistema de retroalimentación constante que le informe sobre la presión arterial, los niveles de oxígeno, la temperatura, el estado energético, etc. Ahí entra la interocepción.

Cada vez que se detecta una desviación respecto al equilibrio —como un aumento de temperatura o una bajada de glucosa— el cerebro interpreta la señal y activa respuestas fisiológicas (sudoración, liberación de cortisol, aumento del apetito) para restaurar la estabilidad. Es decir, la interocepción detecta, interpreta y permite actuar frente a las necesidades internas, en un ciclo continuo de ajuste.

Pero la interocepción no solo mantiene la homeostasis en un sentido biológico. También influye de forma crítica en cómo regulamos nuestras emociones. Las emociones son, en gran medida, experiencias corporales: el miedo acelera el corazón, la tristeza oprime el pecho, la alegría aligera la respiración. La calidad de nuestras emociones depende de nuestra capacidad para sentirlas corporalmente, darles significado y responder de forma adaptativa. Por eso, la interocepción se ha convertido en un campo clave para entender la salud mental.

El modelo neuroanatómico de la ansiedad y la depresión: Paulus y Stein

Los neurocientíficos Martin Paulus y Murray Stein propusieron un modelo innovador para explicar la ansiedad y la depresión desde la perspectiva interoceptiva. Según este modelo, estos trastornos se producen cuando se altera la conexión entre tres elementos esenciales:

  1. Los estímulos interoceptivos (las señales corporales internas).

  2. El estado de autorreferencia (la forma en que nos pensamos y sentimos a nosotros mismos).

  3. Las creencias (las interpretaciones cognitivas sobre lo que sentimos y sobre el mundo).

En condiciones saludables, el cerebro integra estos tres niveles: percibe una señal corporal, la interpreta en función del contexto y de la experiencia previa, y genera una respuesta coherente. Por ejemplo, si el corazón se acelera al correr, la mente entiende que es una respuesta física al ejercicio, y no se activa una respuesta emocional exagerada.

Sin embargo, en la ansiedad o la depresión, esta integración falla. En la ansiedad, por ejemplo, una señal corporal inocua (una palpitación o una respiración más agitada) puede interpretarse como peligrosa debido a creencias catastróficas (“voy a tener un infarto”, “me estoy volviendo loco”). Esto provoca una hipervigilancia hacia el cuerpo y una respuesta emocional desproporcionada. En la depresión, puede haber una desconexión entre la señal corporal y el significado subjetivo, generando una percepción de vacío, falta de energía o incapacidad para sentir placer (anhedonia).

Paulus y Stein argumentan que en estos trastornos existe una alteración en el procesamiento predictivo del cerebro: una incapacidad para predecir con precisión las consecuencias de las señales corporales, lo que conduce a respuestas neuronales y comportamentales inadecuadas. Esto sitúa a la interocepción en el centro de los procesos emocionales y de los trastornos afectivos.

Investigaciones interoceptivas en salud mental: cinco distorsiones comunes

La investigación clínica ha identificado varios mecanismos alterados en la forma en que las personas con trastornos mentales perciben su cuerpo. Estas distorsiones interoceptivas no son simplemente errores de percepción, sino patrones aprendidos que pueden amplificar el sufrimiento emocional y dificultar la autorregulación. A continuación, se describen cinco de los más relevantes:

1. Sesgo de atención e hipervigilancia

Muchas personas con ansiedad presentan un sesgo atencional hacia las sensaciones internas. Están constantemente atentos a su respiración, sus latidos, su digestión. Esta hipervigilancia interoceptiva hace que noten señales menores que otras personas no perciben y que las interpreten como señales de amenaza. Esto refuerza el ciclo de ansiedad, ya que la preocupación activa más señales fisiológicas, que a su vez alimentan la preocupación.

2. Sensibilidad fisiológica distorsionada

Se ha observado que algunas personas experimentan una amplificación o atenuación de las señales corporales. Es decir, pueden sobrestimar la magnitud de un cambio interno (percibir un leve aumento del ritmo cardíaco como una taquicardia alarmante) o, por el contrario, no sentir señales importantes (como hambre, dolor o fatiga). Esta distorsión afecta la capacidad de responder de forma ajustada a las necesidades corporales y puede llevar a desregulación emocional y comportamental.

3. Sesgo cognitivo catastrófico

Ante una señal interoceptiva anticipada (como pensar en un posible mareo o dolor), algunas personas activan un patrón de interpretación catastrófica: “Me voy a desmayar”, “no podré soportarlo”, “será insoportable”. Este tipo de pensamiento anticipatorio genera ansiedad incluso antes de que aparezca la sensación, lo que contribuye a mantener el trastorno y a evitar situaciones que no son objetivamente peligrosas.

4. Sensibilidad anormal a la experiencia subjetiva

Este patrón se refiere a la tendencia a etiquetar las propias experiencias de manera disfuncional o rígida. Por ejemplo, sentir una ligera presión en el pecho puede interpretarse automáticamente como “ansiedad”, aunque no haya un desencadenante emocional claro. Esta hiperdefinición emocional puede dificultar la exploración más matizada de la experiencia y reducir la capacidad de autorregulación.

5. Percepción deficiente y disociación entre confianza y precisión

En tareas experimentales, se ha observado que muchas personas con trastornos afectivos presentan una baja correspondencia entre la confianza en su percepción corporal y la precisión real. Por ejemplo, pueden decir con mucha seguridad que su corazón late rápido, cuando objetivamente no es así, o dudar de sus percepciones incluso cuando son correctas. Esta disociación entre confianza y precisión dificulta la capacidad de tomar decisiones basadas en el cuerpo y puede generar inseguridad y desconexión emocional.

Conclusión: sentir el cuerpo para sanar la mente

La interocepción no es solo una función biológica, sino un puente entre el cuerpo, el cerebro y la mente. Su estudio nos está ayudando a comprender por qué algunas personas sienten más ansiedad, más tristeza o más desconexión que otras, y cómo esos estados pueden estar relacionados con fallos en la percepción y el procesamiento del cuerpo interno.

Modelos como el de Paulus y Stein nos invitan a repensar la salud mental no solo como un problema de pensamientos o emociones, sino también como un problema de procesamiento interoceptivo. De hecho, muchas terapias contemporáneas —como el mindfulness, la terapia somática, el focusing o el EMDR— ya incorporan de forma implícita ejercicios que mejoran la conciencia corporal, la precisión interoceptiva y la regulación emocional desde el cuerpo.

Sentir el cuerpo de forma precisa, compasiva y sin juicios es un camino terapéutico profundo. La interocepción no solo nos dice cómo estamos. Nos recuerda que estamos vivos, que tenemos un cuerpo que habla, y que aprender a escucharlo puede ser una de las llaves más poderosas para sanar.

Autor: Psicólogo Ignacio Calvo