Tengo ansiedad sin motivo aparente

No sé qué me pasa. Todo está bien, pero tengo ansiedad.” Esta frase, repetida en miles de consultas de psicología cada día, resume el desconcierto de quienes experimentan una ansiedad que parece surgir de la nada. No hay una amenaza evidente, ni un problema urgente, ni una razón concreta… y sin embargo, el cuerpo tiembla, la respiración se acelera, el corazón late con fuerza, la mente se dispara con pensamientos de catástrofe o confusión. ¿Cómo entender esta experiencia tan común y tan desconcertante?

La ansiedad, en muchas ocasiones, no es un grito exagerado del cuerpo ante un problema inexistente, sino un llamado profundo a conectar con lo que llevamos dentro y no hemos sabido mirar. No es una exageración. Es una señal. Y aunque no tenga “motivo aparente”, tiene sentido.

Desconexión emocional y corporal: cuando no sentimos lo que sentimos

Vivimos en un mundo hipermentalizado. Desde pequeños se nos enseña a pensar, razonar, planificar y anticipar. Pero rara vez se nos entrena en sentir, nombrar o escuchar lo que pasa en el cuerpo cuando vivimos una emoción.

El resultado es que muchas personas no saben cuándo están tristes, enfadadas, decepcionadas o asustadas. Lo notan sólo cuando el cuerpo les explota en forma de síntomas: dolor de estómago, insomnio, irritabilidad, presión en el pecho o, simplemente, ansiedad.

La ansiedad es muchas veces una emoción encubierta. Una reacción física que sustituye una emoción no reconocida. Por ejemplo:

  • Una tristeza no expresada puede disfrazarse de insomnio o nerviosismo.

  • Un enfado contenido puede manifestarse en tensión muscular o pensamientos repetitivos.

  • Una necesidad de cuidado no verbalizada puede aparecer como angustia difusa o llanto sin causa.

Pero si no tenemos un entrenamiento emocional adecuado, no sabremos interpretar esas señales. Y creeremos que “tenemos ansiedad sin motivo”, cuando en realidad el motivo está dentro de nosotros… sólo que aún no hemos aprendido a escucharlo.

El estrés silencioso: el veneno que se acumula gota a gota

Otra de las grandes fuentes de ansiedad sin causa aparente es lo que podríamos llamar el estrés silencioso acumulado.

No siempre hace falta una gran crisis para que el cuerpo colapse. A veces basta con una acumulación crónica de pequeñas tensiones no gestionadas:

  • Dormir mal varios días.

  • Tener discusiones recurrentes con la pareja.

  • Sufrir presión laboral sin reconocimiento.

  • Cuidar de otros sin cuidar de uno mismo.

  • Estar hiperconectado y sin espacio personal.

  • Postergar decisiones importantes.

Cada uno de estos factores, por sí solos, no “explica” una crisis de ansiedad. Pero juntos van llenando el vaso, gota a gota. Y llega un día en el que el cuerpo colapsa en un domingo tranquilo, en un paseo al sol o al volver de vacaciones. Porque no es el momento presente el que genera la ansiedad… sino todo lo acumulado sin resolver.

Este tipo de ansiedad suele ser desconcertante porque la mente no encuentra una causa inmediata. Pero el cuerpo sí la ha encontrado: lleva tiempo tratando de sostener un nivel de activación excesivo, y ya no puede más.

Hiperactivación fisiológica: el cuerpo en modo supervivencia

Cuando estamos sometidos a estrés crónico, el cuerpo entra en un estado de hipervigilancia constante, que los científicos llaman “modo lucha o huida”.

El sistema nervioso simpático se activa, liberando cortisol, adrenalina y otras hormonas diseñadas para protegernos del peligro. Este mecanismo es útil si estamos huyendo de un incendio o esquivando un coche… pero si se mantiene encendido todos los días, empieza a deteriorar nuestro equilibrio interno.

En ese estado, el cuerpo:

  • Acelera la respiración (hiperventilación).

  • Aumenta la frecuencia cardíaca.

  • Reduce la digestión (de ahí los problemas gastrointestinales).

  • Dificulta el sueño.

  • Disminuye la percepción del placer.

  • Impide una conexión emocional profunda con los demás.

El resultado es una sensación interna de alarma constante. Como si algo estuviera a punto de pasar, aunque no sepamos qué es. Este estado es el caldo de cultivo perfecto para que se dispare la ansiedad, incluso en situaciones neutras o agradables.

Y cuando no entendemos lo que nos pasa, nos asustamos aún más. La ansiedad genera miedo. Y el miedo alimenta la ansiedad. Así nace el círculo vicioso.


¿Por qué estalla en momentos tranquilos?

Una de las preguntas más comunes en consulta es:
“¿Por qué me da ansiedad justo cuando debería estar relajado?”

La respuesta es paradójica, pero lógica: porque es la primera vez en mucho tiempo que tu cuerpo siente que puede aflojar. Cuando estamos en modo “hacer, producir, correr”, mantenemos artificialmente al sistema nervioso ocupado. Pero al detenernos… todo lo que estaba esperando para salir, emerge.

Es como si el cuerpo dijera: “Ahora que ya no estás corriendo, te muestro lo que llevas dentro”.

Y ahí surgen las emociones pendientes, el cansancio acumulado, el dolor no expresado. No es que el momento relajado provoque la ansiedad, sino que crea el espacio para que lo reprimido aparezca. Por eso muchas personas tienen ataques de ansiedad justo al acostarse, en vacaciones o al final del día.

Cómo trabajar la ansiedad desde la terapia

La buena noticia es que la ansiedad, incluso la que parece no tener causa, puede ser comprendida, regulada y tratada. No como una enemiga, sino como una mensajera. Un cuerpo que habla cuando la mente ha callado demasiado.

Algunas estrategias terapéuticas eficaces incluyen:

1. Psicoeducación emocional

Aprender a nombrar, identificar y validar nuestras emociones. Muchas veces, el simple hecho de entender que “esto que siento es tristeza” o “esto que me pasa es rabia”, ayuda a reducir la ansiedad. Porque lo que no se nombra, se somatiza.

2. Entrenamiento en interocepción

La interocepción es la capacidad de sentir lo que pasa en el cuerpo por dentro: el ritmo cardíaco, la respiración, la tensión muscular, el hambre, el placer. Mejorar esta capacidad nos permite detectar señales internas antes de que escalen a crisis. Se puede trabajar con mindfulness, focusing o atención plena corporal.

3. Terapia de procesamiento emocional

En muchas ocasiones, la ansiedad contiene un trauma no elaborado o emociones que no pudieron expresarse en su momento. Las terapias como EMDR, IFS o SHEC permiten contactar con ese contenido emocional bloqueado, integrarlo y darle un lugar.

4. Regulación del sistema nervioso

Mediante ejercicios de respiración, biofeedback, meditación, movimiento corporal consciente o terapia somática, podemos enseñar al cuerpo a salir del estado de alarma y volver al estado de seguridad. Es el paso más importante para que la ansiedad no tome el control.

5. Terapia cognitivo-conductual (TCC)

Cuando la ansiedad está alimentada por pensamientos distorsionados (como el catastrofismo, la anticipación negativa o la hiperresponsabilidad), trabajar con la TCC permite reestructurar esas ideas y generar un pensamiento más realista y compasivo.

6. Revisión del estilo de vida

A veces, la ansiedad no se resuelve sólo con terapia. También hace falta revisar el contexto: ¿hay relaciones tóxicas?, ¿exceso de trabajo?, ¿desconexión de lo que nos nutre? El terapeuta puede acompañar a redefinir prioridades y tomar decisiones que favorezcan el bienestar.

No estás roto: estás sobrecargado

Sentir ansiedad sin motivo aparente no es un signo de locura, debilidad o desequilibrio. Es una señal de que has sostenido demasiado durante demasiado tiempo sin poder soltar. Es la voz del cuerpo diciendo: “Ya no puedo seguir así”.

Y aunque al principio duela, este síntoma puede ser una oportunidad para reconectar contigo mismo, repensar tu vida, cuidar lo que has descuidado y comenzar un proceso de escucha profunda.

Porque debajo de la ansiedad no hay sólo miedo. También hay sabiduría, emociones reprimidas y ganas de sanar. Escucharla es el primer paso para dejar de temerla.

¿Y ahora qué?

Si sientes ansiedad sin motivo, no estás solo. Busca ayuda profesional. Aprende a sentir. Habla con tu cuerpo. Llora si hace falta. Respira. Y date el permiso de reconstruir tu mundo interno desde un lugar más habitable.

La ansiedad no es un castigo. Es una petición.
De cuidado. De descanso. De presencia. De amor.

Autor: Psicólogo Ignacio Calvo

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