¿Por qué la adicción tiende a considerarse una enfermedad?

En los últimos años, ha ganado fuerza una concepción que afirma que la adicción es una enfermedad cerebral. Esta idea, impulsada principalmente desde el ámbito médico y psiquiátrico, ha encontrado respaldo institucional en manuales como el DSM-5 y en organismos como el National Institute on Drug Abuse (NIDA). Pero, ¿qué ha llevado a esta visión a convertirse en el paradigma dominante? ¿Qué hay detrás de esta forma de entender la adicción?

El origen de una idea poderosa

Ya en el siglo XIX algunos neurólogos empezaron a considerar la adicción como un trastorno neurológico. Esta idea cobró fuerza en el siglo XX, especialmente con estudios sobre el alcoholismo que diferenciaban entre personas que podían controlar su consumo y otras que no, introduciendo la noción de enfermedad.

En los años 70, figuras clave como Alan Leshner, entonces director del NIDA, propusieron que la adicción debía entenderse como una enfermedad crónica del cerebro, caracterizada por la recaída y la pérdida del autocontrol, debido a los cambios neuroquímicos provocados por las drogas. Esta conceptualización se consolidó con el trabajo de Nora Volkow, actual directora del NIDA, quien popularizó la metáfora de la adicción como “el cáncer del cerebro” en sus publicaciones divulgativas.

¿Qué sustenta esta visión?

La explicación biomédica se apoya en varios pilares:

  • Cambios cerebrales observados en personas adictas (mediante estudios de neuroimagen).

  • Modelos animales, especialmente con ratas y opiáceos, que muestran patrones compulsivos de consumo.

  • Factores genéticos que contribuirían a la vulnerabilidad adictiva (aunque con evidencia limitada).

  • La existencia de patología dual: comorbilidad frecuente entre adicción y trastornos mentales.

Esta concepción tiene además una función práctica: al definir la adicción como una enfermedad, se libera al individuo de una carga moral o judicial, otorgándole un rol más pasivo pero también más compasivo ante su problema.

¿Qué críticas recibe este modelo?

A pesar de su auge, el modelo de enfermedad cerebral de la adicción ha sido fuertemente criticado desde varios frentes científicos, especialmente desde la psicología:

  1. No toda persona adicta recae. Muchos se recuperan de forma natural, sin necesidad de tratamiento médico. Por ejemplo, la mayoría de los soldados estadounidenses adictos a la heroína durante la guerra de Vietnam dejaron de consumir al volver a casa.

  2. Los modelos animales son artificiales y simplificados, y no reflejan la complejidad del comportamiento humano ni los factores contextuales.

  3. El componente genético es débil. La historia familiar predice el consumo tanto como cualquier marcador genético.

  4. Las neuroimágenes muestran diferencias, pero no pueden determinar si estas son causa o consecuencia de la adicción.

  5. Los tratamientos farmacológicos tienen eficacia limitada. Para muchas sustancias (como la cocaína o el cannabis), los tratamientos efectivos siguen siendo psicológicos.

¿Por qué se impone esta idea?

El auge del modelo biomédico no se debe solo a su plausibilidad científica, sino también a intereses económicos, institucionales y profesionales:

  • El NIDA financia el 85% de la investigación mundial sobre drogas, y prioriza los estudios de base biológica.

  • La industria farmacéutica ve en este modelo una oportunidad de negocio.

  • La psiquiatría institucional ha adoptado esta narrativa, desplazando a modelos más integradores como el biopsicosocial.

Además, este modelo se ajusta bien a la lógica de los medios y del marketing: es simple, impactante y permite asociar la adicción con una causa “objetiva” que exime de responsabilidad.

Una construcción social de la enfermedad

Desde el enfoque construccionista social, se recuerda que el concepto de enfermedad no es meramente biológico, sino que depende del contexto social, cultural y político. Por ejemplo, la dependencia de antidepresivos o del Ritalin no se etiqueta como adicción, mientras que la de otras sustancias sí, pese a que actúan sobre mecanismos cerebrales similares.

La medicalización de problemas sociales, emocionales o existenciales, como ocurre con la adicción, puede tener consecuencias graves: reduce la comprensión integral del problema y desplaza tratamientos efectivos que no son rentables para la industria.

El papel de la psicología

La psicología ha demostrado ser fundamental para prevenir, comprender y tratar las adicciones, con herramientas como:

  • Terapias motivacionales

  • Prevención de recaídas

  • Técnicas de deshabituación

  • Intervenciones basadas en valores y autocontrol

Desde esta disciplina se promueve una visión biopsicosocial de las adicciones, donde las variables individuales, sociales y culturales no pueden quedar en segundo plano. Asumir que la biología lo explica todo es un reduccionismo perjudicial tanto para la investigación como para el bienestar de las personas afectadas.

Conclusión: ¿adicción = enfermedad?

La idea de que la adicción es una enfermedad cerebral tiene una base científica parcial, pero está sobreestimada y simplificada. No cuestiona los factores sociales ni reconoce la diversidad de trayectorias y tratamientos posibles. Además, no justifica la hegemonía del enfoque médico en detrimento del psicológico y social.

Como sociedad, debemos resistir los discursos únicos y mantener una mirada compleja y compasiva hacia la adicción, no para negar su gravedad, sino para comprenderla de forma más humana y eficaz.