A veces la vida nos regala revelaciones inesperadas. No llegan a través de grandes hazañas ni de introspecciones profundas, sino de manera casual, como una ficha que cae en una conversación con el psicólogo escolar, mientras evalúan a tu hijo por posibles altas capacidades. Y entonces, lo que comenzó como una preocupación por entender mejor a tu hijo, se transforma en un viaje interno: empiezas a verte reflejado en su perfil, en sus preguntas constantes, en su sensibilidad desbordante, en su aburrimiento en clase, en su incomodidad con lo superficial.
“¿Y si yo también…?”
La revelación tardía: entenderte desde otra mirada
Descubrir en la adultez que tienes altas capacidades intelectuales puede remover muchas capas de tu historia. No porque la etiqueta lo cambie todo, sino porque, de pronto, muchas piezas encajan. Las emociones intensas, la frustración ante la rutina, la sensación de desconexión en la infancia, las dificultades para mantener el interés en trabajos repetitivos o las relaciones que no estimulan… Todo adquiere una nueva narrativa.
No se trata de sentirse “mejor que”, sino simplemente de entenderse “mejor a uno mismo”.
Este descubrimiento suele tener un efecto doble: alivio y desorientación.
Alivio
Porque empiezas a comprender por qué has sentido lo que has sentido durante tanto tiempo. Por qué los entornos te agotaban. Por qué te sentías inadecuado sin saber por qué. Por qué te aburrías con cosas que a otros entusiasmaban. Porque, en realidad, no estabas roto: solo eras diferente.
Desorientación
Porque ahora que tienes una palabra, una categoría —altas capacidades—, surge la pregunta: ¿qué hago con esto? ¿Tiene sentido hablar de esto a los 35, 40 o 50 años? ¿A quién se lo cuento? ¿Y qué cambia realmente?
Altas capacidades en adultos: un perfil poco visibilizado
La mayoría de la información sobre altas capacidades se centra en niños y adolescentes. La imagen social predominante aún asocia el concepto a niños que sacan sobresalientes o que resuelven operaciones matemáticas complejas con seis años. Pero esa es solo una parte del abanico. Las altas capacidades no siempre brillan de forma visible ni se manifiestan en lo académico. Pueden expresarse a través de una sensibilidad extrema, una intensidad emocional, un pensamiento divergente o una creatividad desbordante que no encaja en moldes convencionales.
Muchas personas adultas con altas capacidades pasaron su infancia desapercibidas o incluso etiquetadas de lo contrario: distraídas, rebeldes, introvertidas, impacientes, intensas, “demasiado todo”. Algunas acabaron desarrollando una autoestima frágil, trastornos de ansiedad o una sensación constante de insatisfacción vital sin saber su origen.
¿Y ahora qué? Pasos para integrar la nueva comprensión
Aceptar esta nueva información sobre ti no implica redefinir toda tu vida, pero sí permite una resignificación. Aquí algunos pasos para ir integrándolo de forma saludable:
1. Releer tu historia con nuevos ojos
Volver a pensar en tu infancia, tus estudios, tus trabajos, tus relaciones desde esta nueva perspectiva puede ayudarte a soltar juicios que te acompañaban desde siempre: “soy un inadaptado”, “no sé mantener el foco”, “me cuesta disfrutar de lo sencillo”. Quizás no eras flojo, sino no estimulado. Quizás no eras “demasiado intenso”, sino sensible y profundo.
2. Conectar con otras personas con perfiles similares
Encontrarte con otras personas adultas que también han vivido esta revelación tardía puede ser profundamente reparador. Existen foros, comunidades, grupos de redes sociales y espacios terapéuticos donde compartir experiencias y sentirte comprendido sin necesidad de explicar tu intensidad o tu modo de pensar.
3. Revisar tu estilo de vida y tus elecciones
Muchas personas con altas capacidades no diagnosticadas han construido su vida desde la desconexión o el “deber ser”. Una vez te reconoces, puedes revisar si estás en un entorno laboral que te estimula, si tus relaciones te permiten ser tú mismo, si necesitas incorporar más creatividad, libertad o profundidad en tu vida cotidiana.
4. Aceptar tu necesidad de profundidad
Parte del sufrimiento que acompaña a muchas personas con altas capacidades es intentar vivir en la superficie. Aceptar que necesitas conversaciones más profundas, proyectos con sentido, estímulos intelectuales o emocionales intensos, es parte del autocuidado.
5. Pedir acompañamiento psicológico si lo necesitas
A veces, el proceso de reconocimiento despierta también emociones difíciles: rabia por no haberlo sabido antes, duelo por las oportunidades perdidas, sensación de haber vivido “fuera de lugar” durante años. Un proceso terapéutico puede ayudarte a digerir este descubrimiento, resignificar tu pasado y construir un presente más coherente con tu verdadero yo.
Criar desde el espejo: lo que tus hijos te devuelven
Descubrir tus altas capacidades a través de tu hijo crea un vínculo especial. Porque lo que antes te parecía un “defecto” en ti ahora lo ves con admiración en tu hijo. Porque entiendes su sensibilidad, su pensamiento rápido, sus preguntas filosóficas. Porque puedes acompañarlo desde la comprensión, sin proyectar tus heridas pero con la capacidad de empatizar como nadie.
También supone una oportunidad: puedes ofrecerle a tu hijo lo que tú no tuviste. Un entorno que le valide, le entienda y no le obligue a encajar donde no cabe. Puedes ser su referente, no como “el que lo sabe todo”, sino como el que aprendió a conocerse por el camino.
En resumen: no es una etiqueta, es una brújula
Descubrir tus altas capacidades en la adultez no es una etiqueta que te define, sino una brújula que puede ayudarte a entender tu historia, orientar tus decisiones y reconciliarte con partes de ti que creías erróneas. No cambia lo que eres, pero sí puede ayudarte a ser más tú.
Y quizás, gracias a ese diagnóstico infantil, tú también puedas empezar a vivir de forma más auténtica, más plena y más conectada contigo mismo.