Cuando el cuerpo se desconecta y el miedo gobierna
Imagina que tienes que hacerte una simple analítica. Para la mayoría de las personas es un trámite incómodo, pero soportable. Sin embargo, para algunas, como le ocurría a M., un hombre de 38 años con fobia a la sangre, la sola idea desencadena un torbellino de reacciones físicas y mentales: sudores fríos, visión borrosa, taquicardia, pensamientos catastróficos, y en los casos más intensos, incluso desmayos. Esta reacción no es debilidad ni exageración: es la expresión de un patrón muy real y concreto de miedo. Pero, ¿y si en lugar de intentar eliminarlo, lo aceptamos como parte de nosotros?
La trampa de la evitación
M. llevaba años intentando evitar cualquier contacto con escenas médicas, heridas o conversaciones relacionadas con sangre. Había aprendido, sin quererlo, que la única forma de sentirse seguro era huyendo. Pero con el tiempo, esta estrategia lo encerró en una vida cada vez más limitada: no podía acompañar a sus hijos al médico, se ponía nervioso viendo ciertas películas, y vivía con el temor constante a que cualquier situación médica desencadenara su ansiedad.
Este patrón es típico en lo que la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) denomina “trastorno evitativo experiencial”: un intento crónico de no sentir, de no enfrentarse al malestar, que a la larga genera más sufrimiento que alivio.
Un enfoque distinto: dejar de luchar con el miedo
A diferencia de otras terapias tradicionales que buscan eliminar los síntomas, ACT propone algo radical: dejar de luchar contra el miedo. En lugar de evitarlo, se trabaja para generar una “flexibilidad psicológica”, es decir, la capacidad de estar presente, sentir lo que se siente sin juicio, y actuar de forma alineada con nuestros valores, incluso en medio del malestar.
M. aprendió, a lo largo de 20 sesiones, que podía sentir miedo sin dejar que éste lo controlara. El objetivo no era eliminar la ansiedad, sino poder actuar aunque estuviera presente.
Entrenarse para no desmayarse, sin evitar el problema
Uno de los obstáculos particulares de la fobia a la sangre es la respuesta fisiológica bifásica: primero, un aumento del ritmo cardíaco, y después una caída brusca de tensión que puede terminar en un desmayo. Para abordar esto, se enseñó a M. la técnica de tensión aplicada, una estrategia física para contrarrestar el desmayo. Pero lo interesante es que no se usó como un modo de escapar del miedo, sino como un recurso más que le permitiera permanecer en la situación, fortalecido y con mayor sensación de autoeficacia.
Aceptar no es rendirse: es ampliar la vida
El proceso terapéutico llevó a M. a revisar sus intentos de controlar la ansiedad, a reconocer que cuanto más trataba de evitar el malestar, más presente estaba. Esto se trabajó desde el concepto de “desesperanza creativa”, una etapa inicial de la terapia en la que se pone en evidencia que las estrategias de control fallan, y que hay una alternativa: dejar espacio al malestar y vivir según lo que de verdad importa.
Se exploraron sus valores vitales: estar presente para sus hijos, poder acompañar a su pareja, cuidar su salud. Y a partir de ahí, se construyó una motivación nueva y poderosa para exponerse gradualmente a las situaciones que antes temía.
Metáforas y ejercicios que transforman la relación con la ansiedad
La ACT no es sólo conversación. Incluye metáforas vivenciales, ejercicios de mindfulness, tareas corporales, y herramientas para distanciarse de los pensamientos angustiosos (lo que se llama defusión). M. aprendió a observar sus pensamientos como hojas que flotan por un río, o trenes que pasan por una estación: no hay que subirse a todos. Esta nueva forma de relacionarse con su mente le dio libertad para actuar sin estar atrapado por sus ideas.
También se entrenó en aceptar sensaciones incómodas, en vez de evitarlas, y se practicaron exposiciones progresivas, cada vez más cercanas a la realidad que tanto temía.
De víctima del miedo a protagonista de su vida
Al final del tratamiento, M. logró realizarse pruebas médicas, llevar a sus hijos al pediatra, entrar en hospitales sin desmayarse y ver escenas de sangre en la televisión sin huir. Pero lo más importante no fue sólo eso, sino que se reconectó con una vida más rica, con más sentido y presencia. Se sentía más disponible como padre, más libre como pareja y más seguro como profesional.
Conclusión: la clave no está en eliminar el miedo, sino en cómo lo llevas contigo
La ACT propone un giro radical: no eliminar el malestar, sino dejar de pelear con él. Porque cuando dejamos de gastar energía en huir, podemos usarla para avanzar hacia lo que realmente importa. La fobia a la sangre, como tantas otras, puede ser una oportunidad para reconectar con nuestros valores, abrirnos al presente y actuar desde la libertad interior. No se trata de dejar de tener miedo, sino de aprender a vivir con él, sin que nos impida vivir.