fobia a los ruidos fuertes

Petardos, globos, fuegos artificiales, truenos... Lo que para unos es celebración o fenómeno natural, para otros se convierte en un infierno anticipado. La fobia a los ruidos fuertes puede parecer anecdótica, pero en realidad afecta a muchas personas con un grado de sufrimiento significativo. No hablamos simplemente de “que no te gusten” los sonidos intensos, sino de un temor desproporcionado que desencadena reacciones de pánico, evitación y angustia.

En este artículo exploramos qué es esta fobia, por qué aparece y cómo abordarla desde dos de los enfoques más efectivos y complementarios de la psicología contemporánea: la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) y la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT).

¿Qué es la fobia a los ruidos fuertes?

La fobia a los ruidos fuertes —también llamada fonofobia, ligirofobia o sonofobia— es un tipo de fobia específica. Las personas que la padecen pueden experimentar ansiedad extrema ante:

  • Petardos y fuegos artificiales.
  • Globos que pueden explotar.
  • Truenos o tormentas.
  • Portazos, sirenas, alarmas u otros sonidos bruscos.

Aunque puede parecer inofensiva, esta fobia limita la vida cotidiana: fiestas infantiles, celebraciones populares, pasear por ciertas zonas o incluso ver películas se convierten en situaciones temidas o evitadas.

¿Cómo se desarrolla?

Las causas pueden variar:

  • Una experiencia traumática con ruidos intensos (por ejemplo, estar cerca de un petardo que explotó inesperadamente).
  • Modelado o aprendizaje vicario (haber visto a alguien reaccionar con terror).
  • Asociación condicionada entre un ruido y una experiencia negativa.
  • Rasgos de sensibilidad sensorial elevada, comunes en algunos perfiles como el neurodivergente (autismo, TDAH, etc.).

Lo importante es que, sea cual sea el origen, la mente ha creado una asociación entre el estímulo y el peligro, aunque el peligro no sea real.

La espiral del miedo: ¿por qué no se va solo?

Una vez establecida la fobia, aparece un círculo vicioso:

  1. Anticipación del ruido → ansiedad anticipatoria.
  2. Evitar la situación (no ir a fiestas, no salir en San Juan, no inflar globos).
  3. Alivio momentáneo → se refuerza la evitación.
  4. Más miedo en el futuro → mayor hipervigilancia.

El miedo no desaparece, se alimenta con cada evitación.

Enfrentar el miedo: TCC y ACT al rescate

La Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) y la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) abordan este problema desde perspectivas complementarias:

  • La TCC trabaja sobre los pensamientos distorsionados y modifica los patrones de evitación mediante exposición gradual y reestructuración cognitiva.
  • La ACT, en cambio, ayuda a aceptar las sensaciones incómodas sin pelear con ellas, y orienta a la persona hacia sus valores vitales, incluso si el miedo sigue presente.

Paso 1: Psicoeducación y normalización del miedo

Ejemplo:
Clara, 35 años, evita desde pequeña cualquier evento con fuegos artificiales. Aun sabiendo que “no pasa nada”, siente que va a desmayarse si escucha uno.

Tanto desde la TCC como la ACT, se empieza explicando cómo funciona el sistema de alarma: el miedo es una emoción básica, diseñada para protegernos. El problema es cuando se activa ante estímulos que no son peligrosos.

Le explicamos a Clara que su ansiedad no significa locura, ni debilidad. Es solo una alarma sensible que se disparó mal.

Paso 2: Construir una jerarquía de exposición (TCC)

La exposición gradual es una de las técnicas más potentes. Consiste en enfrentarse al estímulo temido en dosis pequeñas, repetidas y controladas, hasta que la ansiedad disminuye.

Ejemplo con Clara:

  1. Ver una imagen de fuegos artificiales (SUDS: 2/10).
  2. Escuchar un audio a bajo volumen de petardos.
  3. Ver un vídeo con sonido medio.
  4. Inflar un globo sin explotarlo.
  5. Estar cerca cuando otro lo revienta.
  6. Participar en una fiesta con globos/petardos.

Cada paso se trabaja repetidamente hasta que se tolera mejor.

Paso 3: Reestructuración cognitiva (TCC)

Los pensamientos distorsionados mantienen el miedo. En la TCC se identifican, cuestionan y sustituyen por otros más realistas.

Ejemplo:
Pensamiento automático: “Si oigo un petardo, me voy a desmayar o a perder el control”.

Cuestionamiento:

  • ¿Qué pruebas tienes?
  • ¿Te ha pasado alguna vez?
  • ¿Qué haría otra persona?

Nuevo pensamiento: “Aunque me sobresalte, puedo respirar y mantener la calma. No estoy en peligro real.”

Paso 4: Aceptar el miedo (ACT)

En lugar de “quitar” la ansiedad, la ACT propone abrirse a ella como parte de la experiencia humana. No luchar contra el miedo, sino hacer espacio para él.

Metáfora útil:
Imagina que llevas un globo inflado que simboliza el miedo. Si lo aprietas para que no suene, crece más. Si simplemente lo sostienes sin pelear, se vuelve menos amenazante.

Paso 5: Contactar con los valores (ACT)

Muchas personas dejan de hacer cosas valiosas por culpa del miedo: ir a celebraciones, compartir tiempo con los hijos, disfrutar del verano.

ACT plantea una pregunta clave:

“¿Qué vida quieres vivir, incluso si el miedo está presente?”

Ejemplo:
Clara se dio cuenta de que quería acompañar a su hijo en su cumpleaños, aunque hubiera globos. En vez de centrarse en “no tener ansiedad”, se enfocó en estar presente, aceptar el nerviosismo, y actuar con valentía.

Paso 6: Prácticas de mindfulness y regulación emocional

Tanto TCC como ACT integran prácticas de regulación fisiológica y atención plena:

  • Respiración diafragmática (inhalar 4, retener 4, exhalar 6).
  • Relajación muscular progresiva.
  • Coherencia cardíaca.
  • Atención plena al cuerpo y las sensaciones sin juzgar.

Estas técnicas no buscan eliminar la ansiedad, sino ayudar a transitarla con más calma.

Paso 7: Tareas entre sesiones y seguimiento

Ambas terapias coinciden en que el cambio ocurre fuera de la consulta. Por eso se asignan tareas entre sesiones, como:

  • Escuchar sonidos gradualmente.
  • Acudir a eventos con apoyo.
  • Registrar pensamientos y reacciones.
  • Practicar aceptación ante la ansiedad.

El terapeuta actúa como acompañante, no como quien “cura el miedo”. Es la propia persona la que aprende a relacionarse de otra manera con su malestar.

¿Qué pasa si el miedo vuelve?

La prevención de recaídas es parte del proceso. En ACT se trabaja la flexibilidad psicológica: permitir que el miedo aparezca sin ceder al control o la evitación.

En TCC, se recuerda que la habituación puede fluctuar, y que una recaída no invalida los progresos.

¿Y si hablamos de niños?

En la infancia, esta fobia es común y a veces transitoria. Pero si interfiere de forma significativa, se puede aplicar una adaptación de TCC y ACT en versión lúdica.

Ejemplo práctico:
Un niño con miedo a los globos puede empezar a:

  • Dibujarlos.
  • Tocarlos sin inflarlos.
  • Inflarlos con ayuda.
  • Explorar el sonido en vídeos.
  • Reventar uno en un entorno controlado, con humor y juego.

Los padres deben evitar sobreproteger (“no pasa nada, no te preocupes”) y más bien modelar calma, validar el miedo y reforzar el valor de enfrentarlo.

Conclusión: del estruendo al empoderamiento

La fobia a los ruidos fuertes no es una rareza. Es un aprendizaje emocional que puede desaprenderse. No se trata de eliminar el miedo, sino de dejar de obedecerlo.

Tanto la Terapia Cognitivo-Conductual como la Terapia de Aceptación y Compromiso ofrecen caminos eficaces para recuperar la libertad.

Al final, lo que cambia no es el mundo exterior —los petardos seguirán explotando, los globos seguirán reventando—, sino nuestra forma de estar en él. Más conectados con nuestros valores, más tolerantes al malestar, más presentes en lo que de verdad importa.

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