En el estrés no solo hay cortisol

El mito del cortisol como único culpable

Cuando escuchamos hablar de estrés, la mayoría piensa en una sola molécula: el cortisol, la famosa “hormona del estrés”. Y no es de extrañar: aparece en casi todos los artículos, en informes médicos y en conversaciones cotidianas sobre el desgaste de la vida moderna. Pero el estrés es mucho más complejo. Es una respuesta orquestada en la que participan diversas hormonas y neurotransmisores que actúan como instrumentos en una sinfonía que puede sonar armónica —si el estrés es breve y adaptativo— o desentonada y dañina —si se cronifica.

El Síndrome General de Adaptación (SGA), descrito por Hans Selye a mediados del siglo XX, nos recuerda que el estrés no es algo negativo en sí mismo. Se trata de un mecanismo de supervivencia que permite reaccionar ante desafíos, amenazas o cambios. El problema surge cuando esa activación se prolonga sin descanso, convirtiendo un aliado natural en un enemigo silencioso.

En este artículo vamos a recorrer las principales hormonas del estrés, analizando qué papel cumplen a corto plazo (estrés agudo) y qué consecuencias dejan cuando se mantienen activas demasiado tiempo (estrés crónico). También veremos cómo este desequilibrio se traduce en efectos psicosomáticos, es decir, en manifestaciones físicas de procesos emocionales y psicológicos.

La sinfonía del estrés: no es solo cortisol

Cuando el cuerpo percibe una amenaza, se activan dos grandes ejes:

  • El sistema nervioso simpático, con liberación de adrenalina y noradrenalina.

  • El eje hipotálamo–hipófisis–adrenal (HPA), que culmina en la liberación de cortisol.

Pero ahí no termina la historia. Otras hormonas como la vasopresina, la aldosterona, el glucagón, la hormona del crecimiento, la prolactina e incluso las hormonas sexuales y tiroideas entran en juego. Cada una tiene funciones específicas, beneficiosas en un contexto de emergencia, pero potencialmente dañinas si se mantienen alteradas durante meses o años.

Adrenalina y noradrenalina: los primeros en llegar

Corto plazo (estrés agudo)

La adrenalina (o epinefrina) y la noradrenalina (norepinefrina) son las hormonas de la acción inmediata. En segundos, el corazón late más rápido, los bronquios se dilatan, la sangre se dirige a los músculos, la glucosa sube en la sangre. Todo está preparado para la respuesta de lucha o huida.

  • Incremento de la fuerza y la rapidez de reacción.
  • Mejora de la atención y la memoria de lo que ocurre (gracias a la activación de la amígdala).
  • Aumento del flujo sanguíneo a órganos vitales.

Largo plazo (estrés crónico)

Cuando estas catecolaminas permanecen elevadas durante mucho tiempo, el cuerpo entra en un estado de hiperactivación.

  • Riesgo de hipertensión arterial.
  • Alteraciones del sueño y ansiedad persistente.
  • Irritabilidad y dificultad para concentrarse.
  • Sobrecarga del sistema cardiovascular → arritmias, infartos, accidentes cerebrovasculares.

Efectos psicosomáticos: palpitaciones, sudoración excesiva, sensación de “nudo en el estómago”, ataques de pánico.

Cortisol: el estratega de la energía

Corto plazo

El cortisol moviliza recursos energéticos para sostener la respuesta al estrés:

  • Aumenta la glucosa disponible.
  • Inhibe funciones no esenciales (digestión, reproducción, crecimiento).
  • Modula la inflamación para evitar reacciones excesivas.

Beneficios inmediatos: resistencia física y mental, control de inflamación, consolidación de memoria.

Largo plazo

  • Metabolismo: obesidad abdominal, resistencia a la insulina, diabetes.
  • Inmunidad: defensas bajas, más infecciones.
  • Cerebro: daño en hipocampo, pérdida de memoria y aprendizaje.
  • Huesos y músculos: osteoporosis, pérdida de masa muscular.

Efectos psicosomáticos: dolores musculares, colon irritable, caída del cabello, depresión, apatía.

Vasopresina y aldosterona: guardianes de la presión

Corto plazo

La vasopresina (ADH) y la aldosterona actúan para mantener la presión arterial:

  • Retienen agua y sodio en el riñón.
  • Mantienen volumen y presión sanguínea.

Largo plazo

  • Hipertensión crónica.
  • Daño renal y vascular.
  • Edemas y desequilibrios electrolíticos.

Efectos psicosomáticos: cefaleas tensionales, vértigos, pesadez corporal, fatiga.

Glucagón y hormona del crecimiento: combustible extra

Corto plazo

  • Glucagón: libera glucosa hepática.
  • GH: moviliza grasas y protege proteínas musculares.

Largo plazo

  • Glucagón elevado → resistencia a insulina, riesgo de diabetes.
  • GH alterada → pérdida muscular, grasa visceral.

Efectos psicosomáticos: cambios de peso, apetito aumentado, cansancio persistente.

Prolactina: un actor inesperado

Corto plazo

La prolactina, más allá de la lactancia, se eleva en estrés:

  • Modula la inmunidad.
  • Ayuda al equilibrio energético.

Largo plazo

  • Hiperprolactinemia: amenorrea, infertilidad, disfunciones sexuales.
  • Alteraciones emocionales: apatía, anhedonia.

Efectos psicosomáticos: problemas menstruales, bajo deseo, cefaleas.

Hormonas sexuales y tiroideas: víctimas colaterales

Corto plazo

En el estrés agudo, el cuerpo inhibe temporalmente reproducción y crecimiento. No son prioritarios en una emergencia.

Largo plazo

  • Sexuales: infertilidad, disfunción eréctil, alteraciones menstruales.
  • Tiroideas: hipotiroidismo funcional, fatiga crónica, depresión.

Efectos psicosomáticos: apatía, piel seca, sensación de frío, infertilidad.

El impacto psicosomático: cuando la mente habla a través del cuerpo

El estrés crónico es un puente entre lo psicológico y lo físico. El exceso de hormonas altera órganos y sistemas, y los síntomas aparecen como enfermedades psicosomáticas:

  • Digestivo: colon irritable, gastritis, úlceras, diarreas o estreñimiento.
  • Cardiovascular: hipertensión, arritmias, infartos.
  • Inmune: infecciones frecuentes, enfermedades autoinmunes.
  • Musculoesquelético: contracturas, fibromialgia, dolor crónico.
  • Nervioso: insomnio, ansiedad, depresión, pánico.

Beneficios ocultos: el lado luminoso del estrés

No olvidemos que el estrés no siempre es negativo.

  • Nos mantiene alerta y creativos.
  • Estimula la memoria emocional, ayudando a aprender de experiencias.
  • Puede mejorar el rendimiento deportivo o académico en momentos puntuales.

La clave no es eliminar el estrés, sino aprender a regularlo.

Conclusión: un delicado equilibrio

El estrés es una danza hormonal en la que participan la adrenalina, la noradrenalina, el cortisol, la vasopresina, la aldosterona, el glucagón, la GH, la prolactina y las hormonas sexuales y tiroideas.

En pequeñas dosis y a corto plazo, esta sinfonía es adaptativa: nos salva, nos fortalece, nos enseña. Pero cuando se cronifica, se convierte en un ruido de fondo tóxico que desgasta cuerpo y mente, originando un sinfín de problemas psicosomáticos.

Reconocer que en el estrés no solo hay cortisol nos permite comprender mejor su complejidad y, sobre todo, la necesidad de estrategias de regulación: descanso adecuado, ejercicio físico, técnicas de relajación, terapia psicológica, alimentación equilibrada.

Porque el objetivo no es silenciar la sinfonía del estrés, sino afinarla para que vuelva a sonar como una aliada y no como un enemigo.

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