El cuerpo y la mente están en constante diálogo. A veces, ese diálogo se distorsiona, y el cuerpo empieza a expresar lo que las palabras no pueden nombrar. En los trastornos somatomorfos —también llamados trastornos de síntomas somáticos— aparecen molestias físicas reales sin una causa médica suficiente. No se trata de fingir ni de inventar, sino de una comunicación simbólica entre cuerpo y emoción.
Dentro de este fenómeno, existe un concepto psicológico fundamental para comprender su persistencia: las ganancias secundarias. Son los beneficios, generalmente inconscientes, que una persona obtiene al mantener un síntoma o una enfermedad. Comprenderlas no implica culpar, sino entender la función que ese malestar cumple en la vida emocional del individuo.
Qué son las ganancias secundarias
En psicología clínica, se distinguen dos tipos de ganancia:
- Ganancia primaria: es el alivio interno que proporciona el síntoma al evitar un conflicto psíquico o emocional. Por ejemplo, un dolor de cabeza puede proteger a la persona de afrontar una decisión difícil o de expresar un enfado reprimido.
- Ganancia secundaria: es el beneficio externo que el síntoma aporta, como la atención, el cuidado o la reducción de responsabilidades. Puede ser tan simple como recibir más apoyo familiar o evitar una situación temida.
Las ganancias secundarias no son manipulaciones conscientes, sino mecanismos de autoprotección. El síntoma se convierte en una estrategia inconsciente para cubrir una necesidad emocional no satisfecha.
El cuerpo como portavoz de lo reprimido
En los trastornos somatomorfos, el cuerpo se convierte en un portavoz involuntario del sufrimiento psicológico. La persona no busca enfermar, pero su cuerpo traduce un conflicto emocional en lenguaje físico. Dolores, fatiga, opresión en el pecho o dificultades respiratorias pueden ser manifestaciones de emociones bloqueadas, como la tristeza o la rabia.
Como explican autores desde Freud hasta la terapia sensoriomotriz y la neurociencia moderna, las emociones no expresadas tienden a somatizarse. El cuerpo no miente: solo intenta completar lo que la mente no puede procesar conscientemente.
Ejemplos de ganancias secundarias en la vida cotidiana
Las ganancias secundarias suelen ser sutiles y se integran en la dinámica emocional y relacional de la persona. Algunos ejemplos son:
- Una persona con migrañas recurrentes que inconscientemente encuentra en su enfermedad una justificación para descansar o recibir cuidado.
- Un adolescente con dolores abdominales antes del colegio que, sin saberlo, evita así exponerse a la ansiedad social o al rechazo.
- Una madre que, tras un largo periodo de estrés, desarrolla fatiga crónica y con ello obtiene, por primera vez, permiso para cuidarse y pedir ayuda.
En todos estos casos, el síntoma cumple una función protectora, aunque paradójicamente genere sufrimiento. Por eso, en psicoterapia no se trata de eliminarlo sin más, sino de comprender qué necesidad emocional está satisfaciendo.
Trastornos somatomorfos: cuando el cuerpo se convierte en escenario del conflicto
Los trastornos somatomorfos incluyen condiciones como el trastorno de síntomas somáticos, el trastorno de conversión (ahora llamado trastorno neurológico funcional), la hipocondría o el trastorno de ansiedad por enfermedad. En todos ellos, el síntoma físico tiene un papel simbólico: el cuerpo actúa como vía de expresión de un conflicto emocional.
Por ejemplo, en el trastorno de conversión, una persona puede experimentar parálisis, ceguera o dificultades para hablar sin lesión neurológica aparente. En estos casos, el síntoma representa, en el lenguaje del cuerpo, algo que la psique no puede tolerar. Es una forma extrema de “ganancia primaria”: el síntoma alivia un conflicto interno insoportable.
Sin embargo, las ganancias secundarias suelen mantener el cuadro. Si el síntoma genera atención, comprensión o protección del entorno, el cuerpo puede “aprender” inconscientemente que el malestar es una vía eficaz para cubrir necesidades emocionales desatendidas.
El papel del entorno: refuerzos invisibles
El entorno, sin quererlo, puede reforzar la aparición o mantenimiento de los síntomas. Cuando una persona enferma recibe cuidados, afecto o consideración que antes no tenía, su sistema nervioso registra esa experiencia como alivio. No porque quiera manipular, sino porque por fin encuentra una forma de sentirse visto.
En este sentido, las ganancias secundarias pueden ser entendidas como una forma indirecta de comunicación afectiva. En lugar de decir “necesito ayuda”, el cuerpo dice “me duele”. La tarea terapéutica consiste en ayudar a la persona a reconocer y expresar esas necesidades de manera más consciente y funcional.
Entre lo inconsciente y lo aprendido
Las ganancias secundarias tienen raíces tanto psicológicas como aprendidas. Desde pequeños, aprendemos que el dolor atrae cuidado, que la debilidad despierta ternura o que la enfermedad justifica el descanso. Estas asociaciones quedan grabadas en el sistema nervioso y pueden activarse ante situaciones de estrés o desbordamiento emocional.
Cuando la mente no encuentra otra salida, el cuerpo toma la palabra. Por eso, el abordaje terapéutico requiere una mirada integradora: no basta con tratar los síntomas médicos, hay que atender también al lenguaje simbólico que transmiten.
El riesgo del estigma
Hablar de ganancias secundarias puede resultar delicado, porque muchas personas se sienten culpables o juzgadas al oír que su cuerpo “gana algo” al enfermar. Pero esta interpretación es errónea. No se trata de fingir ni de buscar atención de forma consciente. Se trata de mecanismos automáticos, inconscientes, que emergen cuando la psique no encuentra otra vía de adaptación.
El objetivo de la psicoterapia no es culpabilizar, sino comprender la función del síntoma. Al hacerlo, el malestar deja de ser un enemigo y se convierte en una pista hacia la sanación.
Comprender el síntoma: de la represión a la expresión
El trabajo terapéutico con los trastornos somatomorfos implica traducir el lenguaje del cuerpo. ¿Qué intenta expresar este dolor? ¿Qué emoción quedó atrapada aquí? Desde la terapia EMDR y otros enfoques centrados en el trauma, sabemos que muchas somatizaciones derivan de experiencias pasadas no integradas.
El cuerpo guarda memoria emocional. Cuando no se puede llorar, se contractura. Cuando no se puede pedir, se fatiga. Cuando no se puede decir “no”, aparece el dolor. Por eso, la recuperación implica ayudar a la persona a reconocer su historia, darle palabras a lo que el cuerpo grita en silencio y aprender a expresar de forma más consciente sus necesidades.
Intervención psicológica: sanar desde la consciencia
El tratamiento de los trastornos somatomorfos requiere un abordaje interdisciplinar. Médicos, psicólogos y terapeutas corporales deben trabajar de forma coordinada. Desde la psicología, el enfoque terapéutico suele incluir:
- Psicoeducación : comprender el vínculo entre cuerpo, emoción y sistema nervioso reduce el miedo y la culpa.
- Mindfulness y conciencia corporal: ayudan a reconocer las sensaciones físicas sin interpretarlas como amenazas.
- Reestructuración cognitiva: para identificar creencias disfuncionales como “solo me cuidan si estoy mal”.
- Trabajo emocional: explorar y validar emociones reprimidas o negadas.
- Reforzamiento de necesidades sanas: aprender a pedir afecto, descanso o límites sin necesidad del síntoma.
Desde enfoques contemporáneos como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), se fomenta una actitud de apertura hacia la experiencia corporal, acompañada de acciones coherentes con los valores personales. En lugar de luchar contra el síntoma, se invita a convivir con él con curiosidad, hasta que su función deja de ser necesaria.
El papel del terapeuta: escuchar el cuerpo sin juzgarlo
El terapeuta actúa como un traductor entre el lenguaje emocional y el corporal. Escucha los síntomas como mensajes cifrados de una historia que aún busca ser contada. Su función no es “curar” el síntoma, sino acompañar al paciente en el proceso de reconectar con su cuerpo, su historia y su verdad emocional.
El trabajo terapéutico se vuelve profundamente liberador cuando la persona comprende que su cuerpo no está fallando, sino intentando ayudarla de la única manera que sabe.
Conclusión: cuando el síntoma tiene sentido
Las ganancias secundarias no son el origen del trastorno, pero pueden convertirse en un anclaje que lo mantiene. Reconocerlas con honestidad y sin culpa permite transformar un dolor sin sentido en una oportunidad de crecimiento.
Los trastornos somatomorfos nos recuerdan que el cuerpo no es un enemigo, sino un aliado. Que cada síntoma, por molesto que sea, encierra un mensaje profundo sobre lo que necesita ser atendido. Y que la sanación no consiste en callar el cuerpo, sino en aprender a escucharlo.
Cuando se acogen las emociones reprimidas y se cubren de forma consciente las necesidades ocultas, el cuerpo ya no necesita hablar tan alto. Y entonces, comienza el verdadero bienestar: ese que nace de la coherencia entre lo que sentimos, pensamos y expresamos.