Cuando no escuchar al cuerpo puede generar ansiedad

“Siento que algo va mal… mi corazón late muy rápido… creo que me va a pasar algo.” Esta frase es un eco común en la consulta. A simple vista parece un pensamiento irracional o una emoción fuera de control, pero si miramos con más profundidad, descubrimos que es el cuerpo el que está hablando. No en palabras, sino en latidos, en nudos, en temblores. Y lo que dice no siempre es cierto… pero sí urgente.

Ese lenguaje interno tiene un nombre: interocepción. Es una palabra técnica que designa una experiencia íntima y cotidiana: cómo sentimos nuestro cuerpo por dentro. En este artículo, te voy a contar qué es exactamente la interocepción, por qué juega un papel fundamental en la ansiedad, y cómo podemos trabajarla en psicoterapia. También veremos el caso de Ana, una paciente con crisis de ansiedad, que logró transformar su relación con el cuerpo y, con ello, recuperar la confianza en sí misma.

¿Qué es la interocepción?

La interocepción es la capacidad de percibir las señales internas de nuestro cuerpo: el latido del corazón, la respiración, la temperatura, la sensación de hambre o saciedad, las náuseas, el dolor, el placer. Es un sistema sensorial igual de complejo que la vista o el oído, pero orientado hacia el interior.

No es solo percepción: también es interpretación. Sentir que el corazón late rápido puede significar muchas cosas —estar enamorado, haber subido unas escaleras, o estar teniendo un ataque de pánico—. Lo que cambia es cómo interpretamos esa sensación, no la sensación en sí.

Y aquí es donde aparece el bucle de la ansiedad.

El círculo vicioso de la ansiedad

En las personas con ansiedad, las sensaciones corporales suelen convertirse en señales de amenaza. Un leve mareo puede interpretarse como "me voy a desmayar". Una presión en el pecho, como "me está dando un infarto". Esa interpretación activa el sistema nervioso simpático: se acelera el pulso, sube la tensión muscular, cambia la respiración… lo que refuerza la percepción de peligro. Es decir, el cuerpo reacciona al pensamiento, y el pensamiento reacciona al cuerpo. Se retroalimentan.

A esto lo llamamos interocepción amplificada y ruidosa. Las señales internas llegan con más fuerza, y el cerebro las interpreta de forma sesgada y alarmista. Es como tener un radar de tormentas que detecta cada nube como un huracán.

Las creencias: el filtro emocional

Lo que sostiene este ciclo no son solo las sensaciones, sino las creencias que tenemos sobre lo que sentimos. Creencias como:

  • “No puedo soportar sentir esto”

  • “Esto significa que algo malo me va a pasar”

  • “No tengo control sobre mi cuerpo”

  • “Mi cuerpo es frágil, impredecible, peligroso”

Estas creencias, muchas veces implícitas, se han formado a lo largo de la vida. A veces vienen de experiencias traumáticas, de haber vivido con un cuerpo enfermo o de haber recibido mensajes que fomentaban la desconfianza corporal.

La interocepción, en este sentido, se convierte en el escenario donde el cuerpo y las creencias dialogan. Y cuando ese diálogo está dominado por el miedo, cada sensación se vive como un preludio del colapso.

Aliestesia: cuando el cuerpo se siente diferente según el estado interno

Un concepto fascinante que ayuda a entender esta interacción es la aliestesia. Se refiere a cómo un mismo estímulo puede sentirse de forma diferente dependiendo del estado interno. Un vaso de agua fría es placentero si tienes sed, pero indiferente o desagradable si estás saciado. Lo mismo pasa con la respiración o el latido del corazón: según cómo estés emocionalmente, pueden sentirse neutros, amenazantes o incluso reconfortantes.

La aliestesia nos recuerda que no sentimos en abstracto, sino desde un contexto emocional y biográfico. La ansiedad distorsiona ese contexto, haciendo que todo se sienta más intenso, más invasivo, más peligroso.

El caso de Ana: miedo al desmayo

Ana tiene 29 años. Llega a consulta después de varias crisis de pánico en el metro. “Siento que me mareo, me empieza a faltar el aire, y tengo que salir corriendo”. Lleva meses evitando el transporte público, los ascensores, las colas largas. El miedo a perder el control o desmayarse la acompaña constantemente.

Durante las primeras sesiones, exploramos su relación con el cuerpo. Ana está hipervigilante: escanea su cuerpo en busca de señales de alarma. Cualquier pequeña variación —un cambio en la respiración, un latido fuerte, un leve mareo— se convierte en un disparador. Su mente interpreta: “Esto no es normal, me voy a desmayar”. Esa interpretación activa el miedo. Y el miedo amplifica las sensaciones.

Ana no confía en su cuerpo. Lo vive como una amenaza. Pero no siempre fue así. En su infancia, sufrió varios episodios de síncope por bajadas de tensión. Recuerda la experiencia como traumática. Desde entonces, desarrolló una sensibilidad extrema a los signos de descompensación. Su cuerpo, para ella, es impredecible y potencialmente peligroso.

El tratamiento: sanar la relación con el cuerpo

Con Ana, trabajamos en varias direcciones:

1. Psicoeducación sobre la interocepción

Comprender cómo funciona el sistema nervioso, por qué el corazón se acelera, qué es una crisis de ansiedad, ayuda a desactivar el mito del "me voy a morir". Ana entendió que su cuerpo no estaba fallando, sino protegiéndola.

2. Entrenamiento en conciencia corporal

Utilizamos prácticas de atención plena (mindfulness), escáner corporal y focusing para que Ana pudiera observar sus sensaciones sin interpretarlas automáticamente como peligrosas. Aprendió a poner nombres, a explorar, a describir sin juicio.

3. Exposición interoceptiva

En sesiones controladas, provocamos intencionadamente sensaciones similares a las que temía: hiperventilar, girar sobre sí misma, contener la respiración. Al enfrentarse a estas sensaciones sin huir, el miedo se fue debilitando.

4. Trabajo con creencias

Cuestionamos ideas como “no puedo soportarlo” o “si me mareo me desmayo”. Construimos una narrativa alternativa: “Puedo sentirme incómoda y seguir adelante”, “Mi cuerpo puede tener sensaciones intensas y no pasa nada”.

Interocepcion y Ansiedad

Resultados: del miedo al cuidado

A los pocos meses, Ana volvió a coger el metro. No sin ansiedad, pero con recursos. Cuando sintió el vértigo habitual, respiró y se dijo: “Esto no es peligroso. Es solo mi cuerpo respondiendo”. No se bajó. No se desmayó. No huyó.

En palabras suyas: “Antes lo vivía como una amenaza. Ahora lo vivo como un aviso. No siempre me gusta, pero ya no me asusta igual”.

Ese cambio es profundo. No es solo una mejora de los síntomas. Es una transformación del vínculo con el cuerpo: de la desconfianza al cuidado. De la evitación al acompañamiento. De la alarma al diálogo.

Reflexión final: volver a habitarse

La ansiedad no está solo en la cabeza. Está en el cuerpo. Pero no como una disfunción, sino como una expresión. Escuchar al cuerpo sin miedo es una habilidad que se puede entrenar. Requiere tiempo, paciencia y acompañamiento. Pero es posible.

La interocepción no es un enemigo a domesticar, sino una brújula que hay que aprender a leer. Y esa lectura depende, en gran parte, de las creencias que sostenemos sobre nosotros mismos.

En psicoterapia, trabajamos para que las personas puedan habitar su cuerpo con menos juicio y más confianza. Para que la respiración no sea una amenaza, sino un ancla. Para que el latido no sea alarma, sino presencia. Para que el cuerpo no sea un campo de batalla, sino un hogar.

Porque sentir no es el problema. El problema es sentir con miedo. Y la solución, muchas veces, es aprender a sentir de nuevo, con curiosidad, con amabilidad, con humanidad.

Autor: Psicólogo Ignacio Calvo

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