
¿Cuántas veces nos hemos dicho “tengo que dejar de pensar en esto” o “necesito que se me pase ya esta emoción”? ¿Y cuántas veces esa misma lucha mental nos ha dejado aún más atrapados?
La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT, por sus siglas en inglés) parte de una premisa simple pero revolucionaria: no se trata de eliminar el malestar, sino de aprender a convivir con él sin que nos impida vivir una vida plena. A veces, cuanto más luchamos por escapar del dolor, más nos enredamos en él.
Leer más: Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT): claves para aprender a soltar

En los últimos años se ha popularizado el uso de audios con ondas binaurales que prometen desde mejorar la concentración hasta inducir relajación profunda o potenciar la memoria. Estos audios presentan tonos ligeramente diferentes en cada oído, generando una ilusión auditiva: el cerebro percibe un “batido” o pulso cuya frecuencia coincide con la diferencia entre esos tonos. Así, si un oído recibe 400 Hz y el otro 418 Hz, el cerebro “escucha” un batido a 18 Hz. Es decir, se estaría estimulando la actividad en la banda de ondas beta (13-30 Hz), asociadas a estados de alerta, atención y procesamiento activo.
Leer más: Ondas beta binaurales: ¿pueden los sonidos modificar tu cerebro y potenciar tu mente?

Cuando el cuerpo se desconecta y el miedo gobierna
Imagina que tienes que hacerte una simple analítica. Para la mayoría de las personas es un trámite incómodo, pero soportable. Sin embargo, para algunas, como le ocurría a M., un hombre de 38 años con fobia a la sangre, la sola idea desencadena un torbellino de reacciones físicas y mentales: sudores fríos, visión borrosa, taquicardia, pensamientos catastróficos, y en los casos más intensos, incluso desmayos. Esta reacción no es debilidad ni exageración: es la expresión de un patrón muy real y concreto de miedo. Pero, ¿y si en lugar de intentar eliminarlo, lo aceptamos como parte de nosotros?
Leer más: ¿Y si dejar de luchar con tu miedo a la sangre fuera la clave para superarlo?

Cuando la mente pide simplicidad para sobrevivir al exceso
¿Alguna vez, en medio de una jornada agotadora, has fantaseado con dejar tu empleo y dedicarte a algo sencillo? ¿Algo que no requiera pensar demasiado, ni decidir, ni sostener responsabilidades emocionales complejas? Quizás te hayas sorprendido imaginando que trabajas de reponedor en un supermercado, o de operario en una cadena de montaje, haciendo tareas automáticas sin presión. Si es así, no estás solo. A ese fenómeno le llamamos, con un guiño cargado de significado psicológico, el síndrome del aspirante a reponedor.

En el entramado complejo de cualquier organización, existe una figura silenciosa pero esencial: el jefe intermedio. No toma decisiones estratégicas a gran escala ni ejecuta tareas operativas directas, pero conecta ambos mundos. Es el puente que traduce la visión de la dirección en acciones concretas para los equipos. Y es también quien amortigua tensiones, resuelve conflictos, sostiene emocionalmente al personal y representa intereses que muchas veces se contraponen.
Leer más: Las dificultades invisibles de los jefes intermedios

Cuando una relación importante se termina, no solo decimos adiós a una persona; despedimos un proyecto de vida compartido, un cúmulo de sueños, hábitos cotidianos, rutinas afectivas y, muchas veces, parte de nuestra identidad. El duelo por una ruptura de pareja es uno de los procesos emocionales más complejos que atravesamos en la vida adulta. Comprenderlo y saber cómo transitarlo con cuidado puede marcar la diferencia entre quedarnos atrapados en el sufrimiento o abrir nuevas posibilidades de bienestar y crecimiento.

¿Alguna vez te has detenido a escuchar cómo le hablas a tu hijo o hija cuando comete un error, cuando te desespera, o cuando simplemente no te hace caso? No es exagerado decir que el tono, las palabras y el mensaje que transmitimos en esos momentos tienen un impacto profundo en cómo se perciben a sí mismos. La autoestima de los niños no se construye de forma abstracta: se moldea, sobre todo, en la relación con sus figuras de apego.
Leer más: Cómo influye la manera de hablar a los hijos en su autoestima

Vivimos muchas veces en piloto automático. Pensamos sin darnos cuenta de que estamos pensando, sentimos sin detenernos a explorar lo que sentimos, actuamos según impulsos o hábitos sin preguntarnos si eso que hacemos está alineado con lo que queremos o valoramos. Sin embargo, existe en nosotros una capacidad que puede ayudarnos a interrumpir ese automatismo, a observar con cierta distancia lo que ocurre en nuestra mente y, desde ahí, tomar decisiones más libres y conscientes. Esa capacidad se llama metaconsciencia.

Vivimos en una sociedad que constantemente nos bombardea con imágenes de cuerpos "perfectos", estándares de belleza inalcanzables y mensajes que parecen grabarse en nuestro subconsciente: "si estuvieras más delgada, serías más feliz". Esta idea, aparentemente inocente, ha calado hondo en muchas personas —especialmente en mujeres, aunque no exclusivamente— generando una relación compleja y a menudo dolorosa entre el cuerpo, la autoestima y la felicidad.

El anhelo de sentirnos seguros en nuestras relaciones es universal. Desde la infancia buscamos vínculos que nos sostengan, que nos permitan ser nosotros mismos sin miedo a perder la conexión. Este tipo de vínculo, conocido como apego seguro, es la base de una vida emocionalmente saludable. Pero ¿cómo se construye? Una de las claves más profundas y transformadoras es el cultivo del amor incondicional.
Leer más: Cómo cultivar el amor incondicional para alcanzar el apego seguro

A veces la vida nos regala revelaciones inesperadas. No llegan a través de grandes hazañas ni de introspecciones profundas, sino de manera casual, como una ficha que cae en una conversación con el psicólogo escolar, mientras evalúan a tu hijo por posibles altas capacidades. Y entonces, lo que comenzó como una preocupación por entender mejor a tu hijo, se transforma en un viaje interno: empiezas a verte reflejado en su perfil, en sus preguntas constantes, en su sensibilidad desbordante, en su aburrimiento en clase, en su incomodidad con lo superficial.
“¿Y si yo también…?”

¿Te cuesta expresar tus opiniones con claridad? ¿Tienes miedo de herir a los demás cuando dices lo que piensas? ¿O te ocurre todo lo contrario: a veces te excedes y luego te sientes culpable?
Estas son señales de que tus habilidades sociales pueden beneficiarse de un trabajo consciente, y de que quizás necesites profundizar en un concepto esencial: la asertividad.
Leer más: Cómo puedo mejorar mis habilidades sociales: la clave está en la asertividad

En los últimos años, ha ganado fuerza una concepción que afirma que la adicción es una enfermedad cerebral. Esta idea, impulsada principalmente desde el ámbito médico y psiquiátrico, ha encontrado respaldo institucional en manuales como el DSM-5 y en organismos como el National Institute on Drug Abuse (NIDA). Pero, ¿qué ha llevado a esta visión a convertirse en el paradigma dominante? ¿Qué hay detrás de esta forma de entender la adicción?
Leer más: ¿Por qué la adicción tiende a considerarse una enfermedad?

Rabia y tristeza. Dos emociones que a menudo se perciben como opuestas, pero que en realidad pueden estar profundamente conectadas. En consulta psicológica, es muy frecuente observar cómo la una esconde a la otra, o cómo se entrelazan en un torbellino emocional que a veces resulta difícil de comprender. En este artículo vamos a explorar qué las une, por qué a veces se confunden, y cómo podemos trabajar con ambas de manera saludable.

¿Alguna vez te has preguntado cómo las personas ciegas expresan sus emociones faciales? Podría parecer lógico pensar que, al no haber visto nunca una sonrisa, una mueca de tristeza o una expresión de sorpresa, las personas ciegas desde su nacimiento carecerían de estas manifestaciones. Sin embargo, los estudios científicos nos revelan algo fascinante y contrario a lo intuitivo: las emociones faciales parecen ser universales e innatas.
Leer más: ¿Son innatas nuestras expresiones faciales?: Fisionomía y emociones en personas ciegas

¿Alguna vez has dicho “sí” cuando querías decir “no”? ¿Has callado por miedo a molestar? ¿Te has sentido mal por expresar lo que realmente piensas? Detrás de estas situaciones tan comunes se encuentra una habilidad psicológica clave: la asertividad. Pero, más allá de una simple técnica de comunicación, la asertividad es también el reflejo de una autoestima saludable. En este artículo exploramos cómo se relacionan, cómo se influyen mutuamente y por qué cultivarlas puede transformar nuestras relaciones y nuestra vida interior.

Vivimos en una época en la que la ansiedad se ha convertido en una palabra casi maldita. Se teme, se rechaza, se evita. Para muchos, representa una barrera que impide vivir en calma, tomar decisiones con claridad o simplemente disfrutar del día a día. Sin embargo, ¿y si te dijera que la ansiedad no es tu enemiga? ¿Y si pudiera convertirse en una valiosa aliada, una brújula emocional que te ayuda a orientarte en la vida?
Leer más: Cómo hacer que tu ansiedad sea tu aliada y no tu enemiga

Imagina que estás «hablando contigo mismo» por dentro: recordando qué decir en una reunión, animándote durante un esfuerzo físico, o analizando mentalmente una decisión. Esta voz interior, también conocida como monólogo interno o auto‑diálogo, es algo que muchas personas dan por sentado. Pero, ¿y si esta voz no fuera tan inocua? ¿Y si cambiarla o interrumpirla afectara directamente nuestro rendimiento mental y físico? Los experimentos de la Universidad de Aarhus demuestran precisamente eso: el monólogo interior influye de forma reveladora en la forma en que pensamos, mantenemos la atención, nos motivamos y regulamos nuestras emociones.
Leer más: La voz que nunca calla: el impacto profundo del monólogo interior

¿Qué son las autoafirmaciones positivas y por qué importan?
Las palabras que nos decimos a nosotros mismos pueden convertirse en los ladrillos con los que construimos o saboteamos nuestra realidad. Aunque pueda sonar exagerado, la ciencia lo confirma: el diálogo interno moldea la forma en la que interpretamos lo que vivimos, cómo nos sentimos y cómo actuamos.

¿Alguna vez te has sorprendido hablándote a ti mismo en medio de una situación difícil? Ese diálogo interno —que a veces nos consuela y otras nos hunde más— juega un papel central en cómo experimentamos el mundo.
Sin embargo, no es solo cuestión de “hablarse” o no, sino de cómo lo hacemos. Y aquí es donde la ciencia ha hecho descubrimientos fascinantes: cambiar la perspectiva desde la que nos hablamos a nosotros mismos puede marcar una gran diferencia en nuestro bienestar emocional.
Leer más: Monólogo interior a distancia: cómo hablarte a ti mismo para regular tus emociones